*RAÚL FERRO ESCRIBE EN CADAL: “UNASUR: Y AQUÍ VAMOS DE NUEVO...”
26 de mayo de 2008
El nacimiento oficial de la Unión Naciones Suramericanas a fines de mayo de este año es el último capítulo de una arraigada tradición latinoamericana: crear superestructuras políticas para facilitar la integración de los países pero que, en el mejor de los casos, resultan absolutamente inútiles para su propósito. Y en el peor de los casos, terminan poniendo más trabas a esa integración que supuestamente intentan impulsar.
A pesar de las toneladas de evidencia histórica que pavimenta la larga historia de intentos frustrados de integración latinoamericana, los líderes de de la región insisten majaderamente en dirigir estos procesos de unión a partir de criterios políticos, ignorando las verdaderas fuerzas que hacen que un proyecto de integración tome forma y que asegure su funcionamiento en el tiempo: la de los negocios y el mercado. Un buen ejemplo de ello es la evolución del antiguo Mercado Común Centroamericano, un proyecto nacido hace casi cincuenta años como una iniciativa, como no, típicamente política.
La lógica detrás del mercado único en el istmo era impecable: tener un mercado mediano crearía mejores oportunidades de desarrollo que cinco pequeños mercados cerrados. Al Mercado Común Centroamericano, sin embargo, le tomó más de 30 años llegar a ser un mercado de verdad. En sus primeros 20 años de existencia, entre 1960 y 1980, el comercio intrarregional creció muy lentamente, hasta superar ligeramente los US$ 1.000 millones ese año y caer nuevamente hasta principio de los 90. A partir de allí es cuando el proyecto comienza a tomar vuelo realmente, creciendo de forma enérgica y sostenida. En 1992, el comercio entre los países miembros del Mercado Común Centroamericano apenas había recuperado la marca de los US$1.000 millones anuales. Para el año 2005, bordeaba los US$ 4.000 millones. Un mercado regional formado por 8.000 empresas, de las que un 80% son pequeñas y medianas, que sostiene dos millones de puestos de trabajo y genera siete millones de toneladas de carga transportada cada año, según datos de la Secretaría de Integración Centroamericana.
Este despegue fue impulsado por los negocios. Cuando las guerras civiles que azotaron al istmo en los años ochenta llegaron a su fin, regresaron los capitales que se habían fugado a raíz del conflicto. Los empresarios volvieron, además, con la convicción que era mucho mejor negocio jugar en un mercado abierto más grande que en pequeños mercados protegidos. Uno de los primeros motores de este proceso de integración centroamericana fue la fusión de las cadenas de retail Supermercados Unidos, de Costa Rica, y Grupo Paiz, de Guatemala. Su unión, más varias adquisiciones que hicieron con posterioridad, creó un conglomerado de tamaño más que respetable en ventas y, lo más importante, significó la creación de una cadena de suministro regional que abrió oportunidades de negocios a pequeños y medianos productores de todos los países del istmo. El conglomerado fue finalmente adquirido por Wal Mart.
Este nuevo Mercado Común Centroamericano ha comenzado a tomar en los últimos años la forma de una Unión Aduanera que, lejos de cerrarse al mundo, intenta aprovechar su asociatividad para negociar en conjunto con el mundo. Las experiencia de los acuerdos de libre comercio firmados con Estados Unidos y otros países de las Américas, así como el Tratado de Asociación Económica con la Unión Europea negociado en el 2006 son un buen ejemplo de esta estrategia.
Es muy poco probable que la Unasur pueda seguir el camino de integración real, y no retórica, que tomó en los últimos 15 años el Mercado Común Centroamericano. Para empezar, las diferencias entre sus miembros fundadores son demasiado grandes. El presidente venezolano, Hugo Chávez, ha querido presentar al nuevo organismo como “una derrota para Estados Unidos”, dándole un absurdo y extemporáneo espíritu de guerra fría a Unasur. Esta simple visión hace peligroso e inconveniente extender las atribuciones de Unasur al ámbito militar, como se propuso en la reunión fundacional en Brasilia.
Por otro lado, dentro de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), una de las organizaciones a partir de las cuales se armó Unasur, tanto Bolivia como Ecuador han rechazado con vehemencia los planes del Perú de negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Con estos antecedentes es difícil que Unasur tenga una dimensión comercial y económica constructiva.
Desafortunadamente, la nueva organización se perfila como un nuevo esfuerzo inútil y sin sentido que se agrega a una larga lista de experimentos regionales fallidos. Existen otras prioridades a las cuáles las cancillerías latinoamericanas deberían dedicar sus esfuerzos en lugar de distraer recursos y talento en otro inútil circo político como Unasur.
Raúl Ferro es Director de Desarrollo de Contenidos de Business News Americas y miembro del Consejo Consultivo de CADAL.
26 de mayo de 2008
El nacimiento oficial de la Unión Naciones Suramericanas a fines de mayo de este año es el último capítulo de una arraigada tradición latinoamericana: crear superestructuras políticas para facilitar la integración de los países pero que, en el mejor de los casos, resultan absolutamente inútiles para su propósito. Y en el peor de los casos, terminan poniendo más trabas a esa integración que supuestamente intentan impulsar.
A pesar de las toneladas de evidencia histórica que pavimenta la larga historia de intentos frustrados de integración latinoamericana, los líderes de de la región insisten majaderamente en dirigir estos procesos de unión a partir de criterios políticos, ignorando las verdaderas fuerzas que hacen que un proyecto de integración tome forma y que asegure su funcionamiento en el tiempo: la de los negocios y el mercado. Un buen ejemplo de ello es la evolución del antiguo Mercado Común Centroamericano, un proyecto nacido hace casi cincuenta años como una iniciativa, como no, típicamente política.
La lógica detrás del mercado único en el istmo era impecable: tener un mercado mediano crearía mejores oportunidades de desarrollo que cinco pequeños mercados cerrados. Al Mercado Común Centroamericano, sin embargo, le tomó más de 30 años llegar a ser un mercado de verdad. En sus primeros 20 años de existencia, entre 1960 y 1980, el comercio intrarregional creció muy lentamente, hasta superar ligeramente los US$ 1.000 millones ese año y caer nuevamente hasta principio de los 90. A partir de allí es cuando el proyecto comienza a tomar vuelo realmente, creciendo de forma enérgica y sostenida. En 1992, el comercio entre los países miembros del Mercado Común Centroamericano apenas había recuperado la marca de los US$1.000 millones anuales. Para el año 2005, bordeaba los US$ 4.000 millones. Un mercado regional formado por 8.000 empresas, de las que un 80% son pequeñas y medianas, que sostiene dos millones de puestos de trabajo y genera siete millones de toneladas de carga transportada cada año, según datos de la Secretaría de Integración Centroamericana.
Este despegue fue impulsado por los negocios. Cuando las guerras civiles que azotaron al istmo en los años ochenta llegaron a su fin, regresaron los capitales que se habían fugado a raíz del conflicto. Los empresarios volvieron, además, con la convicción que era mucho mejor negocio jugar en un mercado abierto más grande que en pequeños mercados protegidos. Uno de los primeros motores de este proceso de integración centroamericana fue la fusión de las cadenas de retail Supermercados Unidos, de Costa Rica, y Grupo Paiz, de Guatemala. Su unión, más varias adquisiciones que hicieron con posterioridad, creó un conglomerado de tamaño más que respetable en ventas y, lo más importante, significó la creación de una cadena de suministro regional que abrió oportunidades de negocios a pequeños y medianos productores de todos los países del istmo. El conglomerado fue finalmente adquirido por Wal Mart.
Este nuevo Mercado Común Centroamericano ha comenzado a tomar en los últimos años la forma de una Unión Aduanera que, lejos de cerrarse al mundo, intenta aprovechar su asociatividad para negociar en conjunto con el mundo. Las experiencia de los acuerdos de libre comercio firmados con Estados Unidos y otros países de las Américas, así como el Tratado de Asociación Económica con la Unión Europea negociado en el 2006 son un buen ejemplo de esta estrategia.
Es muy poco probable que la Unasur pueda seguir el camino de integración real, y no retórica, que tomó en los últimos 15 años el Mercado Común Centroamericano. Para empezar, las diferencias entre sus miembros fundadores son demasiado grandes. El presidente venezolano, Hugo Chávez, ha querido presentar al nuevo organismo como “una derrota para Estados Unidos”, dándole un absurdo y extemporáneo espíritu de guerra fría a Unasur. Esta simple visión hace peligroso e inconveniente extender las atribuciones de Unasur al ámbito militar, como se propuso en la reunión fundacional en Brasilia.
Por otro lado, dentro de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), una de las organizaciones a partir de las cuales se armó Unasur, tanto Bolivia como Ecuador han rechazado con vehemencia los planes del Perú de negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Con estos antecedentes es difícil que Unasur tenga una dimensión comercial y económica constructiva.
Desafortunadamente, la nueva organización se perfila como un nuevo esfuerzo inútil y sin sentido que se agrega a una larga lista de experimentos regionales fallidos. Existen otras prioridades a las cuáles las cancillerías latinoamericanas deberían dedicar sus esfuerzos en lugar de distraer recursos y talento en otro inútil circo político como Unasur.
Raúl Ferro es Director de Desarrollo de Contenidos de Business News Americas y miembro del Consejo Consultivo de CADAL.
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