*ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA ESCRIBE: DEL “CURRICULAZO” AL NUEVO PACTO SOCIAL”
Por lo visto, más que el ministro El Troudi, Müller Rojas, el comandante Soto Rojas o Guillermo García Ponce, administradores del más rancio marxismo-leninismo-guevarismo en el seno de la coalición de gobierno, la voz cantante en la fijación de la línea político-ideológica del régimen la está llevando Heinz Dieterich, el germano mexicano que dicta las pautas de lo que es y no es el socialismo del siglo XXI.
Ya antes de la derrota estratégica del 2 de diciembre venía previniendo Dieterich del daño irreparable que el militarismo autocrático y la derecha endógena – Chávez de un lado y Diosdado Cabello, del otro – le habían causado a la revolución bolivariana. En su análisis materialista y dialéctico, los errores en la conducción política del proceso llevados a cabo por el chavismo durante todo el año 2007 – la esclerotización de la conducción revolucionaria, el desprecio por la participación popular, la subordinación de la jefatura de la revolución al poder omnímodo e irrecusable de un solo hombre y los crasos errores en materia de gestión de la política económica, dirigida antes por el voluntarismo de inexpertos adoradores del caudillo que por profesionales conocedores de las implacables leyes del mercado – conducirían inevitablemente al aislamiento del gobierno, a la pérdida de su popularidad, al quiebre de la unidad interna y al desfallecimiento de la capacidad de liderazgo presidencial. Lo cual, acompañado de la crisis económico-financiera y la pérdida de respaldo internacional podrían conducir a la caída no sólo del gobierno de Chávez, sino al de los gobiernos de Ecuador y Bolivia. Que de la del fidelismo en Cuba, ya no había nada que agregar a la cruda realidad de los hechos.
Dieterich adelantó incluso las fechas de la debacle: entre el 2008 y el 2010. Todo hace presumir que su análisis, de una crudeza difícilmente tragable por el narcisismo presidencial, ha pecado antes de moderado que de exagerado. Corresponde a la más estricta verdad de los acontecimientos. Si bien Dieterich ve la debacle de la revolución bolivariana desde su particular perspectiva marxista, considerando que las causas se deben a factores exógenos que apuestan al fracaso del chavismo y la alternativa es el triunfo del imperialismo norteamericano. Imposible esperar de su peculiar ceguera dogmática que vea la auténtica realidad: la capacidad de rechazo del pueblo venezolano, comprometido con su libertad y ansioso por la prosperidad y el desarrollo que sólo le puede ser garantizada por un gobierno atento a la realidad de la globalización y capaz de comprender que sin libre mercado, sin libre iniciativa y sin el concurso de todos los productores y ciudadanos, no hay posibilidad alguna de progreso en Venezuela. Ni en ninguna parte del mundo.
Angustiado por la crisis interna del chavismo, la partida de PODEMOS y la ruptura del general Baduel y María Isabel Rodríguez, puntales de la estabilidad del régimen, pero sobre todo alarmado por la victoria estratégica de la oposición democrática el 2 de diciembre pasado, Dieterich recomendó un inmediato frenazo al desaforado voluntarismo caudillesco del teniente coronel y la búsqueda de un inmediato entendimiento con el general Baduel, factotum de la estabilidad del régimen desde el 11 de abril hasta el 2 de diciembre. En lenguaje marxista-leninista, recomendó la recomposición de una alianza pluriclasista como la que permitiera el triunfo electoral de Chávez en diciembre del 98. Y en lo económico una suerte de NEP, la Nueva Política Económica implementada por Lenin luego del triunfo en la guerra civil. Abrirle las puertas de par en par a la empresa privada.
Poco caso le hizo Chávez. Antes que un frenazo, decidió dar un salto al vacío. Empujó con más bríos la constitución de su partido único e implementar una serie de leyes y medidas para lograr por la puerta trasera lo que no pudo de frente mediante el plebiscito del 2D. El resultado es catastrófico para sus aspiraciones: debe asumir ahora lo que un analista ha llamado, con toda razón, un “curriculazo”. E incapaz de resolver el cuello de botella económico en que se encuentra – desabastecimiento crónico, carestía, crisis monetaria e inflación desatada – se ve en la obligación de llamar a un entendimiento con el empresariado nacional. Nada gana con llamarla “burguesía” y etiquetarla según el trasnochado nominalismo marxista.
“Burguesía” o empresariado, al caso da lo mismo: sin la industria y la economía privada, el país se hunde en la miseria. Sin respetar las leyes del mercado, no hace más que apretar la soga que amenaza con ahorcarlo. Es bueno que lo haga: que baje el moño, reconozca la fragilidad del respaldo con que cuenta, reconozca que está al borde del abismo y se abra a la perspectiva de dejar el gobierno y prepararse para el futuro. Por ello: deberá llamar más temprano que tarde también a los factores definitorios de la oposición y pactar un compromiso de gobernabilidad. Las próximas elecciones le dan un pretexto magistral
Por lo visto, más que el ministro El Troudi, Müller Rojas, el comandante Soto Rojas o Guillermo García Ponce, administradores del más rancio marxismo-leninismo-guevarismo en el seno de la coalición de gobierno, la voz cantante en la fijación de la línea político-ideológica del régimen la está llevando Heinz Dieterich, el germano mexicano que dicta las pautas de lo que es y no es el socialismo del siglo XXI.
Ya antes de la derrota estratégica del 2 de diciembre venía previniendo Dieterich del daño irreparable que el militarismo autocrático y la derecha endógena – Chávez de un lado y Diosdado Cabello, del otro – le habían causado a la revolución bolivariana. En su análisis materialista y dialéctico, los errores en la conducción política del proceso llevados a cabo por el chavismo durante todo el año 2007 – la esclerotización de la conducción revolucionaria, el desprecio por la participación popular, la subordinación de la jefatura de la revolución al poder omnímodo e irrecusable de un solo hombre y los crasos errores en materia de gestión de la política económica, dirigida antes por el voluntarismo de inexpertos adoradores del caudillo que por profesionales conocedores de las implacables leyes del mercado – conducirían inevitablemente al aislamiento del gobierno, a la pérdida de su popularidad, al quiebre de la unidad interna y al desfallecimiento de la capacidad de liderazgo presidencial. Lo cual, acompañado de la crisis económico-financiera y la pérdida de respaldo internacional podrían conducir a la caída no sólo del gobierno de Chávez, sino al de los gobiernos de Ecuador y Bolivia. Que de la del fidelismo en Cuba, ya no había nada que agregar a la cruda realidad de los hechos.
Dieterich adelantó incluso las fechas de la debacle: entre el 2008 y el 2010. Todo hace presumir que su análisis, de una crudeza difícilmente tragable por el narcisismo presidencial, ha pecado antes de moderado que de exagerado. Corresponde a la más estricta verdad de los acontecimientos. Si bien Dieterich ve la debacle de la revolución bolivariana desde su particular perspectiva marxista, considerando que las causas se deben a factores exógenos que apuestan al fracaso del chavismo y la alternativa es el triunfo del imperialismo norteamericano. Imposible esperar de su peculiar ceguera dogmática que vea la auténtica realidad: la capacidad de rechazo del pueblo venezolano, comprometido con su libertad y ansioso por la prosperidad y el desarrollo que sólo le puede ser garantizada por un gobierno atento a la realidad de la globalización y capaz de comprender que sin libre mercado, sin libre iniciativa y sin el concurso de todos los productores y ciudadanos, no hay posibilidad alguna de progreso en Venezuela. Ni en ninguna parte del mundo.
Angustiado por la crisis interna del chavismo, la partida de PODEMOS y la ruptura del general Baduel y María Isabel Rodríguez, puntales de la estabilidad del régimen, pero sobre todo alarmado por la victoria estratégica de la oposición democrática el 2 de diciembre pasado, Dieterich recomendó un inmediato frenazo al desaforado voluntarismo caudillesco del teniente coronel y la búsqueda de un inmediato entendimiento con el general Baduel, factotum de la estabilidad del régimen desde el 11 de abril hasta el 2 de diciembre. En lenguaje marxista-leninista, recomendó la recomposición de una alianza pluriclasista como la que permitiera el triunfo electoral de Chávez en diciembre del 98. Y en lo económico una suerte de NEP, la Nueva Política Económica implementada por Lenin luego del triunfo en la guerra civil. Abrirle las puertas de par en par a la empresa privada.
Poco caso le hizo Chávez. Antes que un frenazo, decidió dar un salto al vacío. Empujó con más bríos la constitución de su partido único e implementar una serie de leyes y medidas para lograr por la puerta trasera lo que no pudo de frente mediante el plebiscito del 2D. El resultado es catastrófico para sus aspiraciones: debe asumir ahora lo que un analista ha llamado, con toda razón, un “curriculazo”. E incapaz de resolver el cuello de botella económico en que se encuentra – desabastecimiento crónico, carestía, crisis monetaria e inflación desatada – se ve en la obligación de llamar a un entendimiento con el empresariado nacional. Nada gana con llamarla “burguesía” y etiquetarla según el trasnochado nominalismo marxista.
“Burguesía” o empresariado, al caso da lo mismo: sin la industria y la economía privada, el país se hunde en la miseria. Sin respetar las leyes del mercado, no hace más que apretar la soga que amenaza con ahorcarlo. Es bueno que lo haga: que baje el moño, reconozca la fragilidad del respaldo con que cuenta, reconozca que está al borde del abismo y se abra a la perspectiva de dejar el gobierno y prepararse para el futuro. Por ello: deberá llamar más temprano que tarde también a los factores definitorios de la oposición y pactar un compromiso de gobernabilidad. Las próximas elecciones le dan un pretexto magistral
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