*SIXTO MEDINA ESCRIBE: "DEMOCRACIA SIN ADJETIVOS"
Sixto Medina
En 1953, la muerte de Stalin abrió las puertas a las llamadas “democracias populares”. Las naciones dominadas por el Ejercito Rojo se fueron constituyendo en lo que se vino a denominar “democracias populares”: partido único, colectivización de la tierra, planificación económica centralizada, persecución a cualquier tipo de disidencia
En 1983, el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze publico en la revista Vuelta, de Octavio Paz, Premio Nóbel de Literatura de 1990, un articulo en el cual reclamaba para su país una “democracia sin adjetivos”. Tal pedido expresaba el espíritu de aquellos años, cuando en muchos países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, la democracia renacía como una convocante idea nueva.
Parecía posible, en aquel momento, como lo afirma el columnista del diario La Nación de Argentina, Natalio R. Botana, instaurar una forma de gobierno que se desprendiera de los adjetivos que la habían ensombrecido durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial: las “democracias populares”, las “democracias dirigidas” y las “democracias orgánicas”: piruetas semánticas, todas ellas para disfrazar dictaduras en la Europa comunista, la Indonesia de Sukarno o en la España de Franco.
En 1959, el año en que pusimos en marcha nuestro régimen democrático, la democracia teñía el horizonte de los ideales. Luego, vemos que al entusiasmo político de los años 80 duramente condicionado en América Latina por la explosiva crisis de la deuda externa sucedió, en la década siguiente, un clima mas critico, en el que se mezclaba, en no pocos observadores, la desilusión con el descontento. Algo, en la delicada maquinaria de la democracia no funcionaba.
Se forjaron de este modo otros conceptos que tenían la peculiaridad de adobar de nuevo la palabra democracia con una variada recetas de adjetivos. Hoy es moneda corriente hablar en América Latina de “democracias liberales o no liberales, “democracias de izquierda”, democracias “imperfectas” “democracias sociales (la lista no es exhaustiva). Lo cierto es que Venezuela, con el llamado “poder popular” ha llegado a un punto tan negativo en su evolución social, económica y política; se ha desvirtuado así la función de las instituciones.
El rasgo común de estos enfoques tiene que ver mucho con el doble reto que proponen a la democracia tanto la desigualdad social como las dificultades inherentes a nuestros sistemas económicos y a otras demandas que se sintetizan en el básico anhelo, compartido por el pueblo entero, de un conjunto de bienes públicos, que van desde la seguridad, la alimentación, la educación, la salud hasta el control de la corrupción. Esas fallas se inscriben hoy con Hugo Chávez, en un escenario populista de corte militarista
Siempre se alego, con atendibles razones, que la batalla política que debía librar la democracia en nuestro país era la de la duración y la alternabilidad. La crisis que afronta la democracia venezolana muestra como una larga experiencia se puede desplomar al influjo de la desigualdad y el descontento popular En nuestro caso no bastaron cuarenta años de democracia para impedir el desprestigio de una clase política proveniente de dos grandes partidos. Durante cuatro décadas hubo en Venezuela alternancia entre presidentes. Si bien esa rotación era necesaria no fue suficiente. En una democracia, la calidad de las instituciones depende de la calidad de los gobiernos. No hay otro camino. Se trata, entonces de recuperar la democracia en un momento histórico en que hablar de de crisis política y de los partidos se ha convertido en lugar común. Los venezolanos el 2D superamos la trampa de la hegemonía y nos encaminamos hacia la alternancia. No hemos llegado aún a navegar con la firmeza necesaria por la ruta de una democracia sin adjetivos. sxmed@hotmail.com
Sixto Medina
En 1953, la muerte de Stalin abrió las puertas a las llamadas “democracias populares”. Las naciones dominadas por el Ejercito Rojo se fueron constituyendo en lo que se vino a denominar “democracias populares”: partido único, colectivización de la tierra, planificación económica centralizada, persecución a cualquier tipo de disidencia
En 1983, el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze publico en la revista Vuelta, de Octavio Paz, Premio Nóbel de Literatura de 1990, un articulo en el cual reclamaba para su país una “democracia sin adjetivos”. Tal pedido expresaba el espíritu de aquellos años, cuando en muchos países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, la democracia renacía como una convocante idea nueva.
Parecía posible, en aquel momento, como lo afirma el columnista del diario La Nación de Argentina, Natalio R. Botana, instaurar una forma de gobierno que se desprendiera de los adjetivos que la habían ensombrecido durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial: las “democracias populares”, las “democracias dirigidas” y las “democracias orgánicas”: piruetas semánticas, todas ellas para disfrazar dictaduras en la Europa comunista, la Indonesia de Sukarno o en la España de Franco.
En 1959, el año en que pusimos en marcha nuestro régimen democrático, la democracia teñía el horizonte de los ideales. Luego, vemos que al entusiasmo político de los años 80 duramente condicionado en América Latina por la explosiva crisis de la deuda externa sucedió, en la década siguiente, un clima mas critico, en el que se mezclaba, en no pocos observadores, la desilusión con el descontento. Algo, en la delicada maquinaria de la democracia no funcionaba.
Se forjaron de este modo otros conceptos que tenían la peculiaridad de adobar de nuevo la palabra democracia con una variada recetas de adjetivos. Hoy es moneda corriente hablar en América Latina de “democracias liberales o no liberales, “democracias de izquierda”, democracias “imperfectas” “democracias sociales (la lista no es exhaustiva). Lo cierto es que Venezuela, con el llamado “poder popular” ha llegado a un punto tan negativo en su evolución social, económica y política; se ha desvirtuado así la función de las instituciones.
El rasgo común de estos enfoques tiene que ver mucho con el doble reto que proponen a la democracia tanto la desigualdad social como las dificultades inherentes a nuestros sistemas económicos y a otras demandas que se sintetizan en el básico anhelo, compartido por el pueblo entero, de un conjunto de bienes públicos, que van desde la seguridad, la alimentación, la educación, la salud hasta el control de la corrupción. Esas fallas se inscriben hoy con Hugo Chávez, en un escenario populista de corte militarista
Siempre se alego, con atendibles razones, que la batalla política que debía librar la democracia en nuestro país era la de la duración y la alternabilidad. La crisis que afronta la democracia venezolana muestra como una larga experiencia se puede desplomar al influjo de la desigualdad y el descontento popular En nuestro caso no bastaron cuarenta años de democracia para impedir el desprestigio de una clase política proveniente de dos grandes partidos. Durante cuatro décadas hubo en Venezuela alternancia entre presidentes. Si bien esa rotación era necesaria no fue suficiente. En una democracia, la calidad de las instituciones depende de la calidad de los gobiernos. No hay otro camino. Se trata, entonces de recuperar la democracia en un momento histórico en que hablar de de crisis política y de los partidos se ha convertido en lugar común. Los venezolanos el 2D superamos la trampa de la hegemonía y nos encaminamos hacia la alternancia. No hemos llegado aún a navegar con la firmeza necesaria por la ruta de una democracia sin adjetivos. sxmed@hotmail.com
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