*PEDRO BAÑOS BAJO ESCRIBRE PARA EL DIARIO DE LEÓN EN ESPAÑA: “LA INVIABLE SOLUCIÓN MILITAR”
Jueves, 20 de Marzo de 2008
La tensa situación vivida en Sudamérica ha vuelto a sacar a la palestra unos intereses geopolíticos que muchos ya creían desaparecidos en la presente era de la globalización y del imperio de la tecnología. Cuando parecía que ya sólo se hablaba de guerra nuclear, asimétrica, total o ilimitada, tres países fronterizos han mostrado que los principios estratégicos clásicos siguen plenamente vigentes.
En realidad, y aunque la amenaza más o menos velada del empleo de la fuerza militar convencional ha sido profusamente empleada en el juego de palabras político, el recurso al esfuerzo bélico se hacía inviable.
Venezuela, con 63.000 hombres en filas, ha tenido la fortuna de no participar en ningún conflicto externo desde su independencia. Con una delicada situación interna, caer en la red de la búsqueda de soluciones militares podría haber significado la desaparición de Hugo Chávez del escenario político. Su deteriorada imagen internacional no le habría facilitado las cosas. Y el pueblo norteamericano podría haber apoyado cualquier acción que le garantizara el suministro energético procedente de una zona tan próxima a su territorio y consolidara la decidida lucha contra el narcotráfico.
Aún contando con el apoyo de los 16.000 efectivos de la FARC, que si bien arrinconadas mantienen intacta su capacidad de combate, su capacidad ofensiva estaría en desventaja. Además, de seguir así las cosas, y como lo demuestra la paulatina eliminación de sus principales líderes, el tiempo de las FARC se acaba. Si bien su ideología originaria de búsqueda de la justicia social siempre quedará latente entre los más desfavorecidos, la eficacia de las acciones de Uribe les dejan poco margen de maniobra para representar una verdadera amenaza.
Por su parte, Ecuador, con 47.000 soldados, dispone de uno de los mejores ejércitos de la región, con especial reconocimiento a sus bien entrenadas fuerzas especiales y de combate en la selva. Compensa su debilidad en carros de combate (sólo tiene 25 carros ligeros AMX-13 franceses) con abundantes medios contra-carro, aunque su aviación se limita a 24 desfasados aviones Mirage F1 y Kfir brasileños. Pero su interés en una guerra es nulo, teniendo centrados sus esfuerzos en el difícil desarrollo de la economía interna. Además, su gran objetivo geopolítico es conseguir que la comunidad internacional le compense con la mitad de los teóricos beneficios -unos 1.400 millones de dólares anuales- que obtendría de explotar la gran bolsa de petróleo localizada en el subsuelo del Parque Nacional Yasuní. Considerado como una de las principales reservas de la biosfera, en su interior se encuentran poblaciones indígenas no afectadas por el desarrollo, como los indios Huaorani, por lo que todas las organizaciones medioambientales del mundo están interesadas en su preservación. La entrada en un conflicto abierto perjudicaría seriamente esta opción tan necesaria para el pueblo ecuatoriano. Por otro lado, su enemigo tradicional ha sido Perú, por lo que una guerra con Colombia dejaría su frontera peruana muy debilitada y expuesta.
Frente a ellos, los más de 200.000 hombres del ejército colombiano, perfectamente equipados y experimentados tras largos años de lucha contra la guerrilla y el narcotráfico, entrenados por asesores militares de las fuerzas especiales estadounidenses. Por si fuera poco, Bogotá dispone de amplio apoyo de los Estados Unidos en inteligencia, imágenes procedentes de satélites y dominio del espectro electromagnético (principalmente escucha e interceptación de comunicaciones). Su principal carencia está en los carros y aviones de combate. Bien sabía Hugo Chávez lo que decía cuando ordenaba por televisión a su Ministro de Defensa desplegar «tanques» y aviones. Pero de materializarse la previsible ayuda norteamericana, esa superioridad venezolana, especialmente en la zona norte de la frontera, sería muy breve.
A este baile de cifras hay que añadir la complejidad del posible teatro bélico. De los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela, casi la mitad es una selva impenetrable, con árboles que llegan a alcanzar los 40 metros de altura y donde el movimiento, exclusivamente diurno, se llega a limitar a los 100 metros a la hora. Con ríos de cientos de metros de anchura, con kilométricas zonas anegadas, donde ni las radios ni los GPS funcionan correctamente, la logística se limita a lo que el combatiente puede transportar sobre él. Un escenario donde sólo pequeñas unidades específicamente entrenadas pueden no ya combatir sino simplemente sobrevivir.
Por todo ello, una confrontación a gran escala es en la práctica imposible. Ni lo permite el terreno, ni les interesa a los líderes locales. Uribe debe continuar con su efectiva política de recuperación nacional. Correa tiene asuntos más importantes de los que ocuparse, como la construcción de una solvencia económica. Y a Chávez le podría haber supuesto el fin de sus días políticos.
Afortunadamente, ha vencido la sensatez y la prudencia. El recurso a una acción bélica de envergadura hubiera significado tan sólo un parón completo al desarrollo de unos pueblos que ya tanto han sufrido. Es una guerra que nunca debe tener lugar.
Jueves, 20 de Marzo de 2008
La tensa situación vivida en Sudamérica ha vuelto a sacar a la palestra unos intereses geopolíticos que muchos ya creían desaparecidos en la presente era de la globalización y del imperio de la tecnología. Cuando parecía que ya sólo se hablaba de guerra nuclear, asimétrica, total o ilimitada, tres países fronterizos han mostrado que los principios estratégicos clásicos siguen plenamente vigentes.
En realidad, y aunque la amenaza más o menos velada del empleo de la fuerza militar convencional ha sido profusamente empleada en el juego de palabras político, el recurso al esfuerzo bélico se hacía inviable.
Venezuela, con 63.000 hombres en filas, ha tenido la fortuna de no participar en ningún conflicto externo desde su independencia. Con una delicada situación interna, caer en la red de la búsqueda de soluciones militares podría haber significado la desaparición de Hugo Chávez del escenario político. Su deteriorada imagen internacional no le habría facilitado las cosas. Y el pueblo norteamericano podría haber apoyado cualquier acción que le garantizara el suministro energético procedente de una zona tan próxima a su territorio y consolidara la decidida lucha contra el narcotráfico.
Aún contando con el apoyo de los 16.000 efectivos de la FARC, que si bien arrinconadas mantienen intacta su capacidad de combate, su capacidad ofensiva estaría en desventaja. Además, de seguir así las cosas, y como lo demuestra la paulatina eliminación de sus principales líderes, el tiempo de las FARC se acaba. Si bien su ideología originaria de búsqueda de la justicia social siempre quedará latente entre los más desfavorecidos, la eficacia de las acciones de Uribe les dejan poco margen de maniobra para representar una verdadera amenaza.
Por su parte, Ecuador, con 47.000 soldados, dispone de uno de los mejores ejércitos de la región, con especial reconocimiento a sus bien entrenadas fuerzas especiales y de combate en la selva. Compensa su debilidad en carros de combate (sólo tiene 25 carros ligeros AMX-13 franceses) con abundantes medios contra-carro, aunque su aviación se limita a 24 desfasados aviones Mirage F1 y Kfir brasileños. Pero su interés en una guerra es nulo, teniendo centrados sus esfuerzos en el difícil desarrollo de la economía interna. Además, su gran objetivo geopolítico es conseguir que la comunidad internacional le compense con la mitad de los teóricos beneficios -unos 1.400 millones de dólares anuales- que obtendría de explotar la gran bolsa de petróleo localizada en el subsuelo del Parque Nacional Yasuní. Considerado como una de las principales reservas de la biosfera, en su interior se encuentran poblaciones indígenas no afectadas por el desarrollo, como los indios Huaorani, por lo que todas las organizaciones medioambientales del mundo están interesadas en su preservación. La entrada en un conflicto abierto perjudicaría seriamente esta opción tan necesaria para el pueblo ecuatoriano. Por otro lado, su enemigo tradicional ha sido Perú, por lo que una guerra con Colombia dejaría su frontera peruana muy debilitada y expuesta.
Frente a ellos, los más de 200.000 hombres del ejército colombiano, perfectamente equipados y experimentados tras largos años de lucha contra la guerrilla y el narcotráfico, entrenados por asesores militares de las fuerzas especiales estadounidenses. Por si fuera poco, Bogotá dispone de amplio apoyo de los Estados Unidos en inteligencia, imágenes procedentes de satélites y dominio del espectro electromagnético (principalmente escucha e interceptación de comunicaciones). Su principal carencia está en los carros y aviones de combate. Bien sabía Hugo Chávez lo que decía cuando ordenaba por televisión a su Ministro de Defensa desplegar «tanques» y aviones. Pero de materializarse la previsible ayuda norteamericana, esa superioridad venezolana, especialmente en la zona norte de la frontera, sería muy breve.
A este baile de cifras hay que añadir la complejidad del posible teatro bélico. De los 2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela, casi la mitad es una selva impenetrable, con árboles que llegan a alcanzar los 40 metros de altura y donde el movimiento, exclusivamente diurno, se llega a limitar a los 100 metros a la hora. Con ríos de cientos de metros de anchura, con kilométricas zonas anegadas, donde ni las radios ni los GPS funcionan correctamente, la logística se limita a lo que el combatiente puede transportar sobre él. Un escenario donde sólo pequeñas unidades específicamente entrenadas pueden no ya combatir sino simplemente sobrevivir.
Por todo ello, una confrontación a gran escala es en la práctica imposible. Ni lo permite el terreno, ni les interesa a los líderes locales. Uribe debe continuar con su efectiva política de recuperación nacional. Correa tiene asuntos más importantes de los que ocuparse, como la construcción de una solvencia económica. Y a Chávez le podría haber supuesto el fin de sus días políticos.
Afortunadamente, ha vencido la sensatez y la prudencia. El recurso a una acción bélica de envergadura hubiera significado tan sólo un parón completo al desarrollo de unos pueblos que ya tanto han sufrido. Es una guerra que nunca debe tener lugar.
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