Palabras de Macky Arenas con motivo de la presentación del libro de Alejandro Peña Esclusa, Arte clásico y buen gobierno, en homenaje al Cardenal Rosalio Castillo Lara.El acto se efectuó en el Salón Gales del CCCT el pasado 11 de marzo de 2008.
El libro de Alejandro, que estamos recibiendo, es un homenaje al Cardenal Castillo Lara. Lo llama “el venezolano más grande de la historia contemporánea”. Creo que tiene razón cuando lo califica de grande, porque grande es quien permanece. Importante o destacado es quien pasa, quien puede ser sustituido en el tiempo. Cuando alguien es grande se refiere a que es permanente e insustituible.
Alejandro me pidió que hablara de él y eso es algo a lo que nunca podría negarme porque jamás nadie me hizo tanto bien en tan corto tiempo. Me desespera a veces que no haya manera de retribuirle. Ojalá pudiera, al menos, traspasar esa experiencia a la mayor cantidad de personas posible. Es lo que voy a intentar hacer en parte esta noche, desde mis vivencias con él.
Muchos pensarán que mi relación de amistad con el Cardenal Castillo Lara fue muy larga, pero no, no lo fue. Sólo unos pocos años. De hecho, me ha costado mucho comprender por qué Dios facilitó esa mágica cercanía para truncarla tan pronto; pero esto forma parte de los asuntos que en algún momento, en algún lugar y de alguna manera comprenderé. Sólo puedo decirles que él fue un regalo de Dios para mí, que tampoco entiendo por qué merecí.
Muchos pensarán que mi relación de amistad con el Cardenal Castillo Lara fue muy larga, pero no, no lo fue. Sólo unos pocos años. De hecho, me ha costado mucho comprender por qué Dios facilitó esa mágica cercanía para truncarla tan pronto; pero esto forma parte de los asuntos que en algún momento, en algún lugar y de alguna manera comprenderé. Sólo puedo decirles que él fue un regalo de Dios para mí, que tampoco entiendo por qué merecí.
Cuando llamamos “grande” a alguien es porque encontramos en él cualidades como la valentía, la humildad y la sabiduría. Nuestro Cardenal tenía esas tres cualidades.
De su valentía, tal vez todos podamos dar fe, porque fue pública, notoria y hasta intimidante, en medio de un escenario peligroso para el coraje individual. En una oportunidad, le hablé de mis temores en relación con su seguridad personal y me dijo: “No importa lo que arriesgue; nada es más valioso que la dignidad de nuestro país y de su gente. Rescatarla es un imperativo y si puedo ayudar, pues lo haré a riesgo de lo que sea”.
De su sabiduría, podría contar mucho. Me conformo con relatarles hoy, que cuando le sugerí una visita a los presos políticos a fines del 2005 (yo pensé que tal vez pondría alguna condición), sólo me dijo: “Arréglame eso”. Lo arreglé y fue. No pudo ir al Helicoide, y no por su culpa, sino porque allí no lo dejaron entrar, no querían que viera a los comisarios y a sus compañeros de presidio; pero sí estuvo en Ramo Verde.
De la sabiduría con que les habló, ellos podrán algún día dar su testimonio. Sólo les digo que reconfortó sus espíritus hasta el día de hoy, tanto de quienes han conseguido su libertad como de aquellos que aún permanecen privados de ella. No hubo sermones, sólo un compartir entre amigos, como si se conocieran de toda la vida, y es que tal vez se estaban reconociendo en una misma causa de libertad y dignidad.
De su humildad, puedo YO personalmente dar ese testimonio: un día, recorriendo a pie el corto camino entre la Iglesia y su casa en Güiripa, me dijo: “Sabes, tengo un vecino que acaba de darme una lección”…Yo lo miré incrédula…Una lección? a semejante personaje??? Qué más puede aprender, a estas alturas, alguien como él???...Pero continuó hablando: “Lo visito con frecuencia pues carece de muchas cosas y está completamente ciego. Le pregunté si no sentía miedo de vivir sólo en esas condiciones, y me contestó: Me cuida Ma. Auxiliadora, qué más puedo pedir?”. Cuándo miré a sus ojos, tenía lágrimas en ellos. Cómo no comprender que dejara la solemnidad de El Vaticano para convivir entre esas gentes en medio de quienes encontraba tanta simplicidad y tanta grandeza al mismo tiempo. Acaso no era ese pobre vecino humilde, valiente y sabio? A esa lección se refería.
En la vigilia hospitalaria durante sus últimos días, recordé casi permanentemente y con bastante temor la conversación que sostuvimos pocos días antes de su traslado a Barquisimeto en Enero del 2006, para asistir a las fiestas de la Divina Pastora. Me dijo: “Voy a aceptar esa invitación y diré cosas definitivas”. Digo que recordé eso con temor porque comenzaba a comprender, sin percatarme y mucho menos aceptarlo, que él había pactado con el cielo, en aquél lugar, la oferta de su vida por la salvación de nuestro país. Hoy recuerdo con admiración todas aquellas ocasiones en que me entregaba cosas materiales valiosas para él, con historia y recuerdos, que, al no querer yo aceptarlas, me prevenía: “Tómalas, porque se que harás buen uso de ellas y yo debo ir colocando mis cosas pues pronto me iré”. Yo me molestaba muchísimo cuando hablaba de esa manera y entonces él me tranquilizaba: “Las cosas deben ser de esa forma, pero todo será para bien”.
Nunca he contado esto públicamente, pero ahora entiendo lo que antes no entendía y, de alguna manera, acepto lo que antes me provocó tanta rebeldía. Puede que para quienes no crean, esto parezca banal. Pero no para quienes estamos seguros de que su sacrificio, todo el sufrimiento que comenzó para él a partir de ese momento, tuvo una trascendencia que tal vez no alcancemos todavía a percibir a pesar de los signos tan claros que ha enviado toda esta dolorosa experiencia de su pérdida, que está tan reciente que es como rozar carne viva el volver sobre ello.
Digo pérdida porque no lo vemos, pero me enseñó que una cosa es no estar y otra es haberse ido. Es la diferencia entre ver y creer. El desafío de la fe. Nada más y nada menos. El amor del Cardenal Castillo Lara por este país lo hizo regresar de aquella bien ganada seguridad vaticana…y hasta volver a dejarlo para siempre, con tal de conseguir su redención. No nos está permitido amarlo menos.
Digo pérdida porque no lo vemos, pero me enseñó que una cosa es no estar y otra es haberse ido. Es la diferencia entre ver y creer. El desafío de la fe. Nada más y nada menos. El amor del Cardenal Castillo Lara por este país lo hizo regresar de aquella bien ganada seguridad vaticana…y hasta volver a dejarlo para siempre, con tal de conseguir su redención. No nos está permitido amarlo menos.
Cuando Alejandro profundiza en las raíces culturales para buscar asideros que nos permitan sacar lo mejor del ser humano y empinarnos sobre nuestras miserias para ganarle terreno a la mediocridad y a la arbitrariedad, en ese intento honrado y valeroso, allí sigue viviendo nuestro Cardenal. En cada venezolano que deseche el catastrofismo y reinvente posibilidades; en cada ciudadano que de un paso al frente para desmitificar la magnificencia de un tirano; y en cada uno de nosotros que sea capaz de buscar en lo mejor y más puro de sí una ofrenda para el porvenir grande de nuestro país, allí estará Su Eminencia, el Cardenal Rosalio Castillo Lara.
Con estas palabras me sumo al homenaje que hoy compartimos con fe renovada y ese coraje espiritual que nuestro Cardenal nos dejó como la más preciada herencia.
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