*AMÉRICO MARTÍN ESCRIBE: “LA GUERRA ANDINA”
La guerra más necia de la historia es la que crepita en la imaginación del presidente Chávez. Es totalmente inverosímil que EEUU y Colombia estén urdiendo planes bélicos contra Venezuela dado que uno de los grandes temas de la campaña electoral norteamericana es el de cuándo retornará el ejército expedicionario de Irak y Afganistán. A Bush se le reprocha que no ponga plazos para un regreso que él mismo ha respaldado, pero el gobierno de Chávez lo imagina promoviendo invasiones a través de la frontera oriental de Colombia. ¿Quién puede ser tan obtuso para creerlo? Parece que, salvo Nicaragua –con la mira puesta en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que, según el Tribunal de La Haya, pertenecen a Colombia- ningún otro de los cercanos aliados del señor Chávez ha comprado la tesis de denunciar a Colombia y por mampuesto a EEUU con cargos tan delirantes. Incluso Cuba se ofrece como mediador, mientras el astuto Evo guarda silencio, Correa discrepa y Guyana se aleja del ALBA. Las grandes manifestaciones contra las FARC y la molestia que han causado en las cancillerías y los medios del mundo las descarriladas ofensas contra Colombia, subrayan el aislamiento internacional en que se encuentra Chávez. Sólo él parece creer lo contrario. Uribe, a sabiendas, guarda silencio.
Para sacarlo de su mutismo, el venezolano escala las provocaciones. Primero fue la alianza militar de los países del ALBA, pasada por bolas por Bolivia, Cuba, y Dominica. Después del disparate de la beligerancia para las FARC, acaba de anunciar lo que podría ser la premisa del reconocimiento diplomático de la gente de Marulanda, o cuando menos la apertura de una sede en Caracas y la legalización de sus cuentas bancarias. Porque en efecto, al anunciar que a lo largo de su extensa frontera occidental él no encuentra a Colombia sino a las FARC está deslizando la teoría de los “tres” países al tiempo que interfiere ¡una vez más, Señor! en el país hermano y en la forma más hostil que pueda concebirse. Pero Uribe sigue guardando silencio.
En febrero del año pasado, el influyente senador brasileño José Sarney advirtió sobre el peligro de la carrera armamentista iniciada por el belicoso mandatario venezolano. Agregó que, muy a su pesar, Brasil tendría que aumentar sus gastos en armamento. Pues bien, empujado por Chávez, Uribe compra aviones de combate israelíes a lo que el de aquí responde adquiriendo submarinos rusos. La escalada está allí, a la vista. Y lo tragicómico es que el presidente venezolano parece creer que ciertamente las FARC han aumentado su dominio sobre el territorio colombiano, cuando es de amplio conocimiento que se ha debilitado más bien rápidamente, cuando menos en los dos últimos años. El vicepresidente Santos tal vez exagera al asegurar que el número de sus combatientes se ha reducido a la mitad, pero no lo hace cuando llama la atención sobre la mayor seguridad que hay en las urbes, el repliegue de las FARC, la ruptura de conexiones entre el mando y los frentes y la hemorragia de deserciones, que no parece tener fin.
¿Cuál será el próximo paso? Algunos piensan que no pasará del discurso, destinado, según muchos, a detener la caída de su popularidad en Venezuela que la prestigiosa consultora DATOS ubica en 21%. Pero el problema es que las palabras son como el agua derramada: no puede retornar al vaso. Si estallara una guerra que no entusiasma a nadie sería de ver cuántos soldados se prestarán al inútil sacrificio.
La guerra más necia de la historia es la que crepita en la imaginación del presidente Chávez. Es totalmente inverosímil que EEUU y Colombia estén urdiendo planes bélicos contra Venezuela dado que uno de los grandes temas de la campaña electoral norteamericana es el de cuándo retornará el ejército expedicionario de Irak y Afganistán. A Bush se le reprocha que no ponga plazos para un regreso que él mismo ha respaldado, pero el gobierno de Chávez lo imagina promoviendo invasiones a través de la frontera oriental de Colombia. ¿Quién puede ser tan obtuso para creerlo? Parece que, salvo Nicaragua –con la mira puesta en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que, según el Tribunal de La Haya, pertenecen a Colombia- ningún otro de los cercanos aliados del señor Chávez ha comprado la tesis de denunciar a Colombia y por mampuesto a EEUU con cargos tan delirantes. Incluso Cuba se ofrece como mediador, mientras el astuto Evo guarda silencio, Correa discrepa y Guyana se aleja del ALBA. Las grandes manifestaciones contra las FARC y la molestia que han causado en las cancillerías y los medios del mundo las descarriladas ofensas contra Colombia, subrayan el aislamiento internacional en que se encuentra Chávez. Sólo él parece creer lo contrario. Uribe, a sabiendas, guarda silencio.
Para sacarlo de su mutismo, el venezolano escala las provocaciones. Primero fue la alianza militar de los países del ALBA, pasada por bolas por Bolivia, Cuba, y Dominica. Después del disparate de la beligerancia para las FARC, acaba de anunciar lo que podría ser la premisa del reconocimiento diplomático de la gente de Marulanda, o cuando menos la apertura de una sede en Caracas y la legalización de sus cuentas bancarias. Porque en efecto, al anunciar que a lo largo de su extensa frontera occidental él no encuentra a Colombia sino a las FARC está deslizando la teoría de los “tres” países al tiempo que interfiere ¡una vez más, Señor! en el país hermano y en la forma más hostil que pueda concebirse. Pero Uribe sigue guardando silencio.
En febrero del año pasado, el influyente senador brasileño José Sarney advirtió sobre el peligro de la carrera armamentista iniciada por el belicoso mandatario venezolano. Agregó que, muy a su pesar, Brasil tendría que aumentar sus gastos en armamento. Pues bien, empujado por Chávez, Uribe compra aviones de combate israelíes a lo que el de aquí responde adquiriendo submarinos rusos. La escalada está allí, a la vista. Y lo tragicómico es que el presidente venezolano parece creer que ciertamente las FARC han aumentado su dominio sobre el territorio colombiano, cuando es de amplio conocimiento que se ha debilitado más bien rápidamente, cuando menos en los dos últimos años. El vicepresidente Santos tal vez exagera al asegurar que el número de sus combatientes se ha reducido a la mitad, pero no lo hace cuando llama la atención sobre la mayor seguridad que hay en las urbes, el repliegue de las FARC, la ruptura de conexiones entre el mando y los frentes y la hemorragia de deserciones, que no parece tener fin.
¿Cuál será el próximo paso? Algunos piensan que no pasará del discurso, destinado, según muchos, a detener la caída de su popularidad en Venezuela que la prestigiosa consultora DATOS ubica en 21%. Pero el problema es que las palabras son como el agua derramada: no puede retornar al vaso. Si estallara una guerra que no entusiasma a nadie sería de ver cuántos soldados se prestarán al inútil sacrificio.
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