*GONZALO VILLAMIZAR ESCRIBE: “UN DIA REVELADOR”
Está de moda en Caracas recorrer la avenida Sabana Grande para disfrutarla después del desalojo de los buhoneros que la habían llenado de suciedad durante ocho años y al invadir también todo el casco central de la ciudad hicieron de la Capital una de las urbes más afeadas de América.
El viaje se llenó de súbita sorpresa cuando al llegar al sitio de la estación Capitolio del Metro nos encontramos con fuerzas militares rodeando el área del Capitolio Nacional, donde la Asamblea Nacional esperaba al presidente Chávez para oír el mensaje anual de su gestión de gobierno.
Desde que existe este palacio emblemático los presidentes de la república entraban por el ala norte, esta vez fue por el sur, donde instalaron una tarima que cubría toda la cuadra entre la iglesia de San Francisco y la antigua sede de la Corte Suprema; allí se acomodaron los funcionarios de la administración con banderitas, dispuestos a cumplir la orden de aplaudir con frenesí ante la presencia de Chávez.
Nos acercamos con curiosidad para ser testigos de excepción por ser antichavistas, situados en la esquina de la estación del Metro, cercados por cintas amarillas cuidadas por sujetos armados, no eran militares regulares sino de la reserva, de cara adusta y nerviosa, inquietos al posar su vista sobre los civiles que estábamos allí, callados y serios en la mayoría; dos señoras discutían, una protestaba su chavismo, que no había ni carne, ni huevos ni leche, la engañaron con vivienda que en nueve años nunca llegó; la otra señora, ofendida y fanática, la empujó gritando “ a mi comandante no se le irrespeta”.
Chávez llegó, lo veíamos por grandes pantallas de televisión, los funcionarios de la tarima estallaron con gran algarabía; entre el grupo en esta esquina donde estábamos, unas cuarenta personas, hubo silencio, apenas unas mujeres con histeria gritaban “mi comandante, mijo, te quiero”.
De seguidas tomamos el metro hasta plaza Venezuela para iniciar el recorrido mencionado, que cubrió cuatro horas, para regresar por la misma vía y de nuevo al salir por la estación Capitolio oímos por los parlantes el patria, socialismo o muerte pronunciado por el presidente terminando su discurso.
Otra vez fuimos presa de la curiosidad por ver a Chávez y la reacción de la gente al salir del Capitolio. De nuevo las pantallas con profusión de imágenes, se inicia la carabana, primero una camioneta con gente superarmada, dentro había civiles pero no vimos a Chávez, detrás pasaron ocho lustrosos automóviles negros, iguales, vidrios oscuros; le dije al vigilante que estaba frente a mí: buena táctica militar, si alguien pretende disparar no sabe cuál es el carro con Chávez, el hombre asintió sonriendo.
El desfile de carros siguió al norte, camino de Miraflores, las aceras con curiosos contenidos por la cinta amarilla, se veía el agite de algunas manos y banderas, impresionante el silencio que reinaba. ¿Dónde están las multitudes agitadas que bajaban de los cerros para aplaudir a Chávez?. Este silencio es la mayor manifestación de repudio a este nefasto régimen.
11-1-08
Está de moda en Caracas recorrer la avenida Sabana Grande para disfrutarla después del desalojo de los buhoneros que la habían llenado de suciedad durante ocho años y al invadir también todo el casco central de la ciudad hicieron de la Capital una de las urbes más afeadas de América.
El viaje se llenó de súbita sorpresa cuando al llegar al sitio de la estación Capitolio del Metro nos encontramos con fuerzas militares rodeando el área del Capitolio Nacional, donde la Asamblea Nacional esperaba al presidente Chávez para oír el mensaje anual de su gestión de gobierno.
Desde que existe este palacio emblemático los presidentes de la república entraban por el ala norte, esta vez fue por el sur, donde instalaron una tarima que cubría toda la cuadra entre la iglesia de San Francisco y la antigua sede de la Corte Suprema; allí se acomodaron los funcionarios de la administración con banderitas, dispuestos a cumplir la orden de aplaudir con frenesí ante la presencia de Chávez.
Nos acercamos con curiosidad para ser testigos de excepción por ser antichavistas, situados en la esquina de la estación del Metro, cercados por cintas amarillas cuidadas por sujetos armados, no eran militares regulares sino de la reserva, de cara adusta y nerviosa, inquietos al posar su vista sobre los civiles que estábamos allí, callados y serios en la mayoría; dos señoras discutían, una protestaba su chavismo, que no había ni carne, ni huevos ni leche, la engañaron con vivienda que en nueve años nunca llegó; la otra señora, ofendida y fanática, la empujó gritando “ a mi comandante no se le irrespeta”.
Chávez llegó, lo veíamos por grandes pantallas de televisión, los funcionarios de la tarima estallaron con gran algarabía; entre el grupo en esta esquina donde estábamos, unas cuarenta personas, hubo silencio, apenas unas mujeres con histeria gritaban “mi comandante, mijo, te quiero”.
De seguidas tomamos el metro hasta plaza Venezuela para iniciar el recorrido mencionado, que cubrió cuatro horas, para regresar por la misma vía y de nuevo al salir por la estación Capitolio oímos por los parlantes el patria, socialismo o muerte pronunciado por el presidente terminando su discurso.
Otra vez fuimos presa de la curiosidad por ver a Chávez y la reacción de la gente al salir del Capitolio. De nuevo las pantallas con profusión de imágenes, se inicia la carabana, primero una camioneta con gente superarmada, dentro había civiles pero no vimos a Chávez, detrás pasaron ocho lustrosos automóviles negros, iguales, vidrios oscuros; le dije al vigilante que estaba frente a mí: buena táctica militar, si alguien pretende disparar no sabe cuál es el carro con Chávez, el hombre asintió sonriendo.
El desfile de carros siguió al norte, camino de Miraflores, las aceras con curiosos contenidos por la cinta amarilla, se veía el agite de algunas manos y banderas, impresionante el silencio que reinaba. ¿Dónde están las multitudes agitadas que bajaban de los cerros para aplaudir a Chávez?. Este silencio es la mayor manifestación de repudio a este nefasto régimen.
11-1-08
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