EL MILAGRO DEL DESCUBRIMIENTO
Desagravio al Gran Almirante con motivo de la destrucción de su estatua en Caracas por bandas fascistas del presidente Chávez .
GONZALO VILLAMIZAR A
El desgaste inexorable del tiempo va opacando la memoria sobre el hallazgo de este Continente para convertirlo en un hecho histórico más, de donde surge la necesidad de reconstruir los hechos que configuraron esos acontecimientos trascendentales, mediante el acopio de datos, desde los más antiguos, como los aportados por la Grecia Clásica, madre de nuestra cultura, cuyos pensadores supusieron más allá de las Columnas de Hércules, hoy estrecho de Gibraltar, la existencia de la maravillosa Atlántida, origen de océano Atlántico, una civilización hundida en las aguas del “mar océano”, que fue una inquietud guardada en los monasterios durante el marasmo de la Edad Media, atesorada allí por el celo de los frailes estudiosos que conservaron con amor el legado helénico. Esta narración nos conduce a la personalidad de Don Cristóbal Colón, quien no es el primero que desempolva recuerdos consignados en aquellos documentos, también lo hacen entonces otros cartógrafos de prestigio, que grafican y difunden por toda Europa sus conocimientos. Se conoce su vasta experiencia de navegante y cartógrafo, su dedicación autodidacta que lo hace adquirir sólida formación, consigna por escrito sus observaciones sobre latitudes y longitudes en sus experiencias de navegante, vislumbra futuros descubrimientos, recoge la experiencia de Marco Polo que hacia el este y por tierra llegó al extremo oriente, por lo cual supone puede lograrse navegando hacia el oeste a través del mar océano, sosteniendo la tesis de la redondez de la Tierra que permitiría llegar a Cipango y Catay del aventurero italiano, mientras se ignoraba que entre los dos extremos se encontraba la parte del mundo por descubrir. Lo sorprendente es ver surgir entre esta gente de audacia y de presagios la personalidad capaz de convertir ideas fantasiosas en insólita realidad.
En la mente de Cristóbal Colón se forjó la conciencia del más allá del mar, aseveración que para el momento era una locura, pero línea de pensamiento instalada en el cerebro de un hombre que con esfuerzo propio formaba parte de los estudiosos consagrados de la época. Nacido en cuna humilde, único entre sus hermanos con capacidad de alta reflexión, visionario fuera de lo común, fantasioso por naturaleza, con vasta experiencia en las artes de la navegación, como que había tocado todos los puertos en las aguas por los romanos conocidas como Mare Nostrum y fuera del estrecho hacia occidente, lector acucioso de cuanta cartografía caía en sus manos; apasionado polemista para defender sus ideas y con una voluntad férrea para persistir en sus propósitos, cuando por doquier lo echaban a portazos al solicitar apoyos para su Causa en las Cortes; alma solitaria en aquella apatía venida del Medioevo, andante solitario, inmune a las burlas y los insultos que recibía, abrumado por la carencia de recursos para financiar sus proyectos. Por eso estuvo dispuesto a tocar puertas de los poderosos, siempre inmune a la arrogancia y al desprecio de sus interlocutores. También sabía de largos viajes de quienes circunvalaron Africa en busca de bienes y especias para saborear en el plato de los comensales europeos, utilizando esta oferta para introducirse en las Cortes con el señuelo de la vía más corta atravesando el mar océano. Como ciudadano de su época, estos ingredientes de la dieta y otras mercaderías eran razones sobradas para convencer, pero en su ánimo interior lo impulsaba la aventura y la ambición sin límites, un poseído de la agonía y el éxtasis, soñador incansable, un hombre de esos que para su época estaba cerca de todos los demonios.
Penurias en la corte española, agobiada por el gasto de guerras y boatos, urgida de dineros, hizo posible el milagro a manos de la España de los Reyes Católicos, la nación más fiel a la doctrina de Roma, la España de emperadores romanos y el apóstol Santiago; quizá hubo una disposición divina que mandó abrir las puertas en la morada de la reina Isabel, quien lo escuchó y le entregó las tres carabelas para que se aventurara en el mar desconocido. Como imaginativo fue Colón, igual han de ser quienes se ocupen de él. Este andante predestinado recibió el designio de la Providencia que obró en una inteligencia premonitoria, ilimitada inspiración para incursionar en lo desconocido, o fue un premio a la dedicación religiosa de España, un misterio de la civilización.
Con dos meses y medio de navegación, las tres naves del primer viaje a lo desconocido transitan sin retorno porque las provisiones no alcanzan para el trayecto de regreso, cunde la angustia que pronto se convierte en pánico, hay conatos de sublevación, la incertidumbre y el miedo se apodera de todos, Don Cristóbal echa mano de tretas para apaciguarlos. De pronto, en lo más alto del mástil el vigía de turno, Rodrigo de Triana, en una madrugada cubierta de nubes posadas sobre el mar y que tiñen de negro el firmamento, el marinero se frota los ojos, lo invaden las dudas para distinguir en la oscuridad, poco a poco la aurora va tiñendo de verde algo que se levanta en el mar, un ave se posa cerca de Rodrigo, algunos arbustos se mecen con el oleaje; no hay dudas, vuelve a mirar, ¡todo alrededor vive con la madre tierra!, la conmoción que experimenta apenas le permite lanzar el grito ¡TIERRA¡ que los ecos del velamen convierten en mensaje atronador allá abajo donde Cristóbal Colón y sus marineros se arrodillan para agradecer a Dios, sus rostros cubiertos de lágrimas.
Desagravio al Gran Almirante con motivo de la destrucción de su estatua en Caracas por bandas fascistas del presidente Chávez .
GONZALO VILLAMIZAR A
El desgaste inexorable del tiempo va opacando la memoria sobre el hallazgo de este Continente para convertirlo en un hecho histórico más, de donde surge la necesidad de reconstruir los hechos que configuraron esos acontecimientos trascendentales, mediante el acopio de datos, desde los más antiguos, como los aportados por la Grecia Clásica, madre de nuestra cultura, cuyos pensadores supusieron más allá de las Columnas de Hércules, hoy estrecho de Gibraltar, la existencia de la maravillosa Atlántida, origen de océano Atlántico, una civilización hundida en las aguas del “mar océano”, que fue una inquietud guardada en los monasterios durante el marasmo de la Edad Media, atesorada allí por el celo de los frailes estudiosos que conservaron con amor el legado helénico. Esta narración nos conduce a la personalidad de Don Cristóbal Colón, quien no es el primero que desempolva recuerdos consignados en aquellos documentos, también lo hacen entonces otros cartógrafos de prestigio, que grafican y difunden por toda Europa sus conocimientos. Se conoce su vasta experiencia de navegante y cartógrafo, su dedicación autodidacta que lo hace adquirir sólida formación, consigna por escrito sus observaciones sobre latitudes y longitudes en sus experiencias de navegante, vislumbra futuros descubrimientos, recoge la experiencia de Marco Polo que hacia el este y por tierra llegó al extremo oriente, por lo cual supone puede lograrse navegando hacia el oeste a través del mar océano, sosteniendo la tesis de la redondez de la Tierra que permitiría llegar a Cipango y Catay del aventurero italiano, mientras se ignoraba que entre los dos extremos se encontraba la parte del mundo por descubrir. Lo sorprendente es ver surgir entre esta gente de audacia y de presagios la personalidad capaz de convertir ideas fantasiosas en insólita realidad.
En la mente de Cristóbal Colón se forjó la conciencia del más allá del mar, aseveración que para el momento era una locura, pero línea de pensamiento instalada en el cerebro de un hombre que con esfuerzo propio formaba parte de los estudiosos consagrados de la época. Nacido en cuna humilde, único entre sus hermanos con capacidad de alta reflexión, visionario fuera de lo común, fantasioso por naturaleza, con vasta experiencia en las artes de la navegación, como que había tocado todos los puertos en las aguas por los romanos conocidas como Mare Nostrum y fuera del estrecho hacia occidente, lector acucioso de cuanta cartografía caía en sus manos; apasionado polemista para defender sus ideas y con una voluntad férrea para persistir en sus propósitos, cuando por doquier lo echaban a portazos al solicitar apoyos para su Causa en las Cortes; alma solitaria en aquella apatía venida del Medioevo, andante solitario, inmune a las burlas y los insultos que recibía, abrumado por la carencia de recursos para financiar sus proyectos. Por eso estuvo dispuesto a tocar puertas de los poderosos, siempre inmune a la arrogancia y al desprecio de sus interlocutores. También sabía de largos viajes de quienes circunvalaron Africa en busca de bienes y especias para saborear en el plato de los comensales europeos, utilizando esta oferta para introducirse en las Cortes con el señuelo de la vía más corta atravesando el mar océano. Como ciudadano de su época, estos ingredientes de la dieta y otras mercaderías eran razones sobradas para convencer, pero en su ánimo interior lo impulsaba la aventura y la ambición sin límites, un poseído de la agonía y el éxtasis, soñador incansable, un hombre de esos que para su época estaba cerca de todos los demonios.
Penurias en la corte española, agobiada por el gasto de guerras y boatos, urgida de dineros, hizo posible el milagro a manos de la España de los Reyes Católicos, la nación más fiel a la doctrina de Roma, la España de emperadores romanos y el apóstol Santiago; quizá hubo una disposición divina que mandó abrir las puertas en la morada de la reina Isabel, quien lo escuchó y le entregó las tres carabelas para que se aventurara en el mar desconocido. Como imaginativo fue Colón, igual han de ser quienes se ocupen de él. Este andante predestinado recibió el designio de la Providencia que obró en una inteligencia premonitoria, ilimitada inspiración para incursionar en lo desconocido, o fue un premio a la dedicación religiosa de España, un misterio de la civilización.
Con dos meses y medio de navegación, las tres naves del primer viaje a lo desconocido transitan sin retorno porque las provisiones no alcanzan para el trayecto de regreso, cunde la angustia que pronto se convierte en pánico, hay conatos de sublevación, la incertidumbre y el miedo se apodera de todos, Don Cristóbal echa mano de tretas para apaciguarlos. De pronto, en lo más alto del mástil el vigía de turno, Rodrigo de Triana, en una madrugada cubierta de nubes posadas sobre el mar y que tiñen de negro el firmamento, el marinero se frota los ojos, lo invaden las dudas para distinguir en la oscuridad, poco a poco la aurora va tiñendo de verde algo que se levanta en el mar, un ave se posa cerca de Rodrigo, algunos arbustos se mecen con el oleaje; no hay dudas, vuelve a mirar, ¡todo alrededor vive con la madre tierra!, la conmoción que experimenta apenas le permite lanzar el grito ¡TIERRA¡ que los ecos del velamen convierten en mensaje atronador allá abajo donde Cristóbal Colón y sus marineros se arrodillan para agradecer a Dios, sus rostros cubiertos de lágrimas.
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