Nicolás Maduro, acorralado por los problemas, por su infinita ineptitud y por la corrupción, e incapaz de articular una respuesta coherente ante el drama cotidiano de los venezolanos, optó por apelar a la amenaza descarada. En una de sus últimas intervenciones gritaba ante un grupo de simpatizantes, probablemente obligados a escuchar las soserías del mandatario: “Tenemos que ganar las elecciones como sea. Tenemos que garantizar ganar las elecciones (…) Como sea. ¿Ustedes me entienden cuando yo digo como sea?”
¿Qué significa “como sea”? ¿Quiere decir que todo vale? ¿Qué no existen límites de ningún género para el Gobierno y que este puede recurrir a la extorción, a la compra de votos, a la coacción e intimidación? Que se sepa, la única forma legítima de triunfar en unas elecciones dentro del sistema democrático es respetando el marco legal que las rige. Lo que ocurre es que a Maduro la democracia le incómoda, por eso la desprecia. No puede zafarse de ella y gobernar a sus anchas por el marco internacional en el que se mueve. Si limitara con Corea del Norte, su admirado y disparatado Kim Jon-Un le habría recomendado que se olvidase de formalidades molestas, pues él le apoyaría con sus misiles atómicos. Pero, Venezuela limita con naciones donde, mal que bien, las elecciones populares constituyen la fuente de legitimidad de los poderes públicos. Como está obligado a someterse al trámite electoral, la alternativa que le queda es apoyarse en la coacción y el terrorismo de Estado.
En este cuadro, el uso de las Fuerzas Armadas para amedrentar resulta clave. De modo encubierto, Maduro sugiere que los militares no estarían de acuerdo con el triunfo de la alternativa democrática, ni lo avalarían. En consecuencia, si se produjese la victoria que las encuestas vaticinan, se desataría una espiral de violencia que conduciría al caos. En primer lugar, la nación no financia a los militares para que digan quién puede y quién no puede ganar en unos comicios populares. Sin embargo, partamos de la hipótesis que señala el jefe de Estado. ¿Cuál sería la reacción de las FAN en el escenario donde triunfe la MUD?
Los oficiales tendrían que recordar que el Estatuto de Roma, aprobado el 17 de julio de 1998, acaba con el principio de la obediencia debida, señala que los derechos humanos son inviolables y establece que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles, y que quienes los cometan serán perseguidos donde se encuentren. Proscribe la impunidad. Uno de los derechos humanos fundamentales es el derecho al voto. Es cierto que un grupo de militares, su alta cúpula, está beneficiándose de la descomposición estimulada por el régimen. Controla el negocio del contrabando de gasolina, la compra de armas innecesarias e inútiles, y se aprovecha de los dólares a Bs. 6.30. Pero esas fuentes de enriquecimiento sirven mientras el régimen domina, cuenta con la mayoría o no se ha demostrado que se halla en minoría.
Si el 6 de diciembre se demuestra que los rojos son una clara minoría, los militares no podrán prestarse para convalidar un golpe contra la democracia que atornillaría a un régimen desacreditado e ilegítimo como sería el de Maduro y Cabello a partir del 6-D. Tendrían que pensar muy bien si frente a una expresión mayoritaria del pueblo, decidido a iniciar un cambio pacífico, están dispuestos a cortar esa ruta.
Sin petulancias ni bravuconadas el liderazgo democrático ha demostrado ser valiente. Durante largos años y en condiciones muy adversas los dirigentes han combatido al régimen. No se han ido del país, ni se han escondido. Leopoldo López, Henrique Capriles, María Corina Machado, Antonio Ledezma, entre muchos otros, simbolizan el coraje.
Entonces, hay que preguntarles a los militares si están dispuestos a matar a esos líderes, a llenar las cárceles de gente dispuesta a defender la victoria electoral, y a silenciar las voces que denunciarían el despojo, si este llegara a perpetrarse.
El Gobierno no podrá invocar la palabra fraude porque en ningún lugar del cosmos la oposición comete fraude, menos con un CNE como el que tenemos. Así es que solo les queda respetar la voluntad popular y la Constitución.
Trino Marquez Cegarra
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