Cuando se habla de dolarización, no se está
dando como un hecho que los venezolanos se están agringando o perdiendo su
nacionalidad, ni mucho menos degradando la figura del Libertador. Por el
contrario, si hoy se quisiera dignificar al Padre de la Patria, habría que
desvincularlo del signo monetario que, vergonzosa e inexplicablemente, ha perdido su valor a niveles de papel basura.
Ayer,
el Bolívar fue símbolo de moneda mundial con un valor firme; luego, por motivos
de necesaria protección de imagen gubernamental, se le llamó fuerte. Y hoy es
una moneda más, sólo polvo en el bolsillo de una población empobrecida por la
voracidad fiscal del Estado, mientras se pregona sobre la existencia de una supuesta
“guerra económica”, cuya única veracidad es la de haber sometido a casi 30
millones de venezolanos a vivir como en una economía de guerra.
Sólo 3
décadas han bastado para que de Bs. 4,30 por dólar, hoy la transacción en el
mercado paralelo -o mal llamado “negro”- esté a niveles de Bs.430,00 por dólar.
A partir del cuento del “millardito” y de la reforma de la Ley del Banco
Central de Venezuela para anular su autonomía, el difunto Hugo Chávez, de un
plumazo, le eliminó tres ceros a la moneda nacional, para concluir en el valor
real del Bolívar de hoy: 430.000,oo bolívares por dólar. En Europa, después de
la Segunda Guerra Mundial, no todos los países que participaron o que fueron
literalmente destruidos durante dicha
conflagración, vieron que sus monedas perdieran tanto valor.
Venezuela
es un país petrolero. Y si bien esa condición es usada para argumentar que la
dolarización es un paso en falso, en razón de las repercusiones de la
fluctuación de los precios del crudo y el comportamiento de los ingresos en la
economía nacional, también existe otro hecho no menos importante: el país
dispone de las mayores reservas de hidrocarburos del mundo, y los futuros
ingresos no deberían asumir, como costumbre de hecho, la posibilidad de que se
repita lo que sucedió en los últimos tres lustros: la mala administración que
se traduzca en una reedición del injustificable desastre económico que hoy
exhibe la Nación.
Banalizar
la dolarización con argumentos de falsos patriotismo como piti-Yankees o de difamación
de la imagen del Libertador -o algo de ese estilo-, es impropio y sólo denota
desconocimiento o ignorancia del tema. De lo que se trata, es de garantizar un
valor real y único al signo monetario circulante y que no quede expuesto a
devaluaciones caprichosas y sucesivas, en el medio de francachelas populistas y
administrativas con fines clientelares, y mucho menos sujetas a la impresión
sin control de billetes o monedas, como se está haciendo en la actualidad.
Cuando
se habla de que Venezuela se adhiera al uso de cualquiera de las monedas del
mundo, es decir, Dólar, Yen, Libras Esterlinas o Yuan, inclusive, es porque en
dicha relación se identifica la alternativa de relación con el empleo de
monedas sólidas y transables mundialmente. Como de países que, con base en una
administración fiscal responsable y apegada a los fundamentos elementales de la
lógica económica, han demostrado responsabilidad, solidez y muy moderadas
fluctuaciones, apoyándose siempre en sus respectivas monedas, que, por lo
demás, también son aceptadas en cualquier parte del mundo.
Adherirse,
ciertamente, por sí solo, no garantiza una solución milagrosa a lo que ha
sucedido con la destrucción del Bolívar. Sin embargo, a partir de ese momento,
Venezuela tendría respaldado el circulante con el equivalente en reservas o
valores y, sobre todo, con el renacer de la confianza, y la estabilización de la
balanza nacional. Inevitablemente, el Banco Central de Venezuela tendría que
salir de la órbita del control que sobre él ejerce hoy el Poder Ejecutivo, y el
culto a la regaladera tendría que dar paso a una transparente revisión
contralora del uso de los fondos públicos.
Por
otra parte, ¿cómo subestimar la importancia de que los gobiernos, a partir de
ese momento, estarían obligados a trabajar y a cumplir rígidamente con lo que
fijan los respectivos presupuestos de la Nación, sin aprobaciones de créditos o
partidas adicionales no justificadas?.
No hay
que temerle a un verdadero control presupuestario, capaz de eliminar la
discreción administrativa y el reinado del desorden, así como de las peores
causas para justificar la corrupción.
Tampoco,
por supuesto, hay que temerle a la necesaria e inevitable obligación de evitar las
nóminas públicas con fines clientelares, así como la fácil recurrencia a las
contingencia o situaciones “de emergencia”, para autorizar, por ejemplo, las compras
o el alquiler de aviones para viajes no justificados, viáticos a discreción,
compras no programadas, obras contratadas y nunca terminadas. En fin, esa obvia
parte de todas las acciones irresponsables que han llevado a la economía
nacional, al triste término de desastre.
Venezuela
tiene que “arroparse hasta donde le alcance la cobija”. Y, de una vez por
todas, borrar de la cultura nacional la falsa creencia de que cada venezolano
vive en un país rico, y hacerle entender a cada habitante que, en situaciones
como las que hoy se vive como consecuencia del dispendio y de la administración
con fines no transparentes,
lamentablemente, el ciudadano común es el que lo termina pagando todo
con más severidad: escasez, hambre, inflación, vaporización de sus ingresos y
activos. En términos generales, pérdida de su calidad de vida, y de lo que inevitable
que se está viendo todos los días: la huida en masa de venezolanos para otros países, en procura
de calidad de vida, de seguridad jurídica de bienes y personas.
En una
economía dolarizada, quien trabaja obtendría salarios dignos; también la
posibilidad de efectos sociales signados por una inflación controlada, la regularización de la
economía en términos amplios, la estabilización de la balanza de pagos, así como el valor de los bienes
mueble e inmuebles. En fin, se sinceraría la economía nacional y el bienestar
de todos los ciudadanos; no la vida en el medio del remolino violento en el que
se ha convertido el comportamiento actual de los precios, principalmente por la
multiplicidad cambiaria y la incertidumbre engendrada por la inacción
gubernamental.
Lo que
ya hay que hacer, no se trata de un problema ideológico: de Socialismo del
Siglo XXI o de Capitalismo salvaje. Es
un problema de carácter meramente económico, cuya solución no puede esperar. 0tros
países, incluyendo a algunos de América Latina, han vivido la misma experiencia
y se han sometido a ella, registrando resultados exitosos. Bastaría con citar
los casos de Ecuador y Panamá, además de otros pasos aproximados como los de
Perú, Costa Rica y República Dominicana, entre otros.
En la
mayoría de los países del mundo, el dólar es una moneda de libre
convertibilidad, al igual que otras monedas fuertes. Esto ya está probado y ha funcionado
bien. ¿ Cuál es el miedo o el tabú?. ¿0 es que existen otros ocultos intereses
que atan las piernas de quienes desean avanzar por ese camino?.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com
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