"El secretismo es marca de fábrica de bochinche bolivariano y requiere la censura de medios"
La
información por más escueta que sea se ha convertido en sedición. Tiene ribetes
de amenaza por lo que tratan de ocultarla, distorsionarla, controlarla o
moderarla. Obsérvese cómo las cifras de inflación, los índices de escasez, el
manejo de las divisas obtenidas por la venta de hidrocarburos, la
administración de Fonden y del Fondo Chino, se mueven en una oscurana
impenetrable. Las cifras de homicidios o los datos de inflación sufren la misma
suerte. Sin embargo, la opacidad va mucho más allá. Las morgues se han convertido
en lugares de máximo secreto, las policías son herméticas, la judicatura
permite que los jueces desaparezcan o aparezcan sin explicación y la enfermedad
terminal del Eterno fue misterio insondable. En la época de vigencia de la
democracia hubo secretos, especialmente en lo relativo a las compras militares
y gastos de seguridad, pero poco a poco ese territorio se abrió en alguna
medida; ahora, sin embargo, una espesa y pringosa nube recubre el espacio
público.
Hay
razones para que el régimen se desviva por el secreto. En materia de recursos
públicos es imprescindible ocultar su trasiego a las arcas privadas, a los
movimientos políticos afines, y a otros gobiernos. Ante las perspectivas de
unos años de penuria -si el bochinche bolivariano cesara- más de un prócer
acumula con voracidad. Así también es indispensable alimentar con buen pienso
el zoológico revolucionario que rodea el festín venezolano. Para que esta
pulverización de recursos pueda ocurrir de manera impune se requiere el máximo
de turbiedad, sostenida con la paralización de las instituciones del Estado: no
hay tribunales, no hay Fiscalía, no hay Parlamento, no hay Contraloría que
puedan investigar, analizar, esculcar o simplemente mirar el trapicheo que
tiene lugar ante su deliberada ceguera. De forma masiva el Estado ha dejado de
funcionar. Es una pulpería de gran escala en la que sus dueños gastan lo que
ingresa y como no les alcanza se endeudan, y como no les alcanza, imprimen
dinero hasta licuar el valor de la moneda.
Hay
otra dimensión del secreto y es la desinformación. Esta semana le metieron al
país otra devaluación brutal y los amos se indignan cuando se les dice. Lo más
risible es que han penalizado la mención al dólar paralelo del cual nadie deja
de hablar. Es la manzana pecaminosa de este Paraíso venezolano, que cada
ciudadano está dispuesto a morder aunque sea para tener el regusto de su
agridulce sabor.
El
secretismo es la marca de fábrica del bochinche bolivariano el cual requiere la
censura a los medios.
LA
PROTESTA.
El
secreto de los asuntos del Estado es sólo una parte del asunto. La otra
dimensión es que un país inviable tiende a desatar protestas cotidianas, que no
dependen del grado de adhesión o distancia respecto al régimen, sino que brotan
de forma espontánea como virus salidos de madre. Esto lo quieren callar.
La
oposición protesta y recibe sus cargas de represión, pero a su lado también se
manifiestan los trabajadores organizados sean o no chavistas, los gremios
profesionales, los estudiantes, los trabajadores informales, los policías y los
militares. Al comienzo fueron reclamos circunstanciales pero poco a poco las
situaciones que los generaban adquirieron carácter estructural: los ciudadanos
se enfurecen porque no hay leche o azúcar que ya no es un fenómeno pasajero sino
permanente; los trabajadores reclaman con exasperación sus convenciones
colectivas, no porque aquí o allá de modo esporádico han sido retrasadas sus
discusiones, sino porque los jerarcas no quieren abordar el tema laboral de
fondo; el dolor, el llanto y la furia por un asesinato ya no es por un hecho
aislado aunque sea doloroso, sino la marca de este tiempo en el cual el crimen
ha tomado el país como rehén bajo la mirada cómplice de quienes lo regentan.
LA CENSURA
El
Gobierno requiere el silencio porque si se conoce el funcionamiento del Estado
se hará demasiado evidente la catajarria de delitos en los que incurren sus
funcionarios; si se conocen las protestas también se sabrá la esmirriada base
social sobre la que se columpia la ilegitimidad gobernante.
Las
exigencias de un régimen de escasa sustentabilidad es lo que hace imperiosa la
censura. La información pura y simple se hace subversiva. Si se saben los
tejemanejes de La Casona, hay riesgos; si se sabe cómo los cubanos interfieren
en la Fuerza Armada, la policía y el círculo de hierro de Miraflores, aparecen
dramáticos peligros; si se sabe dónde tienen sus cuentas los próceres más
conspicuos, puede haber estallidos; pero sobre todo, si se sabe que el país es
un polvorín que tiene una larga mecha encendida desde hace un buen rato, los
tonos trágicos se acentúan.
De
allí el intento de controlar los medios por la vía de la confiscación (RCTV),
la compra (Globovisión), la represión y el cerco (El Nacional y El Universal),
y la auto censura en casi todo el resto. En esta dinámica en la que la censura
se ha hecho necesidad del régimen, la información abierta se ha convertido en
fuente directa de subversión. Detectar lo oculto es conspirar; denunciar lo que
se esconde adrede es golpismo; desafiar el silencio es insurrección.
Informar
es también tomar la calle, es denunciar la desnudez del rey, es evidenciar la
impudicia del procerato rojo. Los ciudadanos han aprendido mucho en este
suplicio en el cual la historia los ha confinado y a pesar del control masivo que
ejerce el Gobierno, el público de los medios sometidos es escaso, decreciente o
inexistente. Los casos de RCTV y de Globovisión son simbólicos, el canal que se
apropió de la señal del primero no lo ve nadie desde el comienzo; y
Globovisión, en la medida en que su agonía ha sido más larga, ha visto la
extinción de su audiencia como quien ve la irreversible partida de un amor. Lo
único que mantiene alguna aceptación en los canales censurados es el
entretenimiento. Aunque las telenovelas, convertidas en culpables, pueden
transmutarse en un espeso e intragable atol para complacer a los censores.
La
información ahora es más difícil de obtener y más peligrosa de transmitir. Sin
embargo, es más preciada, buscada con más avidez, transmitida con mayor
celeridad y cada vez más inmanejable por los mecanismos de censura oficial. Si
los diarios y las televisoras se vieran obligados a irse sólo online los
ciudadanos buscarían la información, como ocurre en las redes sociales.
La
censura es una vieja escopeta de las dictaduras. Claro que hace daño y los
guáimaros hieren y matan, pero las sociedades se sobreponen a sus represores y
desarrollan inéditas capacidades para obtener información y para comunicarse.
Nicolás,
aun con censura la gente sabe lo débil que está el régimen y lo que no quieres
que se sepa, se sabe o se sabrá. Recuerda que la información es tóxica para los
autoritarismos y los dictadores. Buen día.
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@carlosblancog
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