Para comprender el significado político del
apretón de manos que tanto ha crispado a los radicales de lado y lado en la
política venezolana es necesario —por no decir imprescindible— entender el
contexto en el cual tuvo lugar.
Venezuela viene de un proceso electoral donde
el centro de la propuesta de Nicolás Maduro fue una radicalización del discurso
político y de las acciones económicas, una estrategia que surtió efecto desde
el punto de vista electoral, si consideramos que había perdido casi 12 puntos
porcentuales de popularidad durante sus primeros seis meses de gobierno y logró
recuperarlos en apenas un mes.
Pasadas las elecciones municipales, Maduro
enfrenta un reto completamente distinto: una economía irreverente que se le
resiste, rebelde, con altos índices de inflación y escasez. Una crisis que no
puede resolverse ni con planteamientos radicales ni atacando sólo las
consecuencias de la crisis sin tocar sus causas.
Maduro lo sabía y lo sabe. Era evidente que
la crisis exige implementar acciones en el plano económico que podrían ser
consideradas por muchos como moderadas, acciones que incluso requerían de
negociación. Pero Maduro ha tenido un gran bloqueador para poder tomar esas acciones cambiarias, de
precios o de importación que parecen inevitables: sus propios radicales.
Después de los resultados del 8-D, el
radicalismo extremo del chavismo sentía que había ganado la pelea. Después de todo, el Dakazo proviene de sus
entrañas. Sin embargo, Maduro y su gabinete económico deben entender que es
imposible manejar la economía permanentemente desde la dimensión ideológica. Y
por eso Maduro se ve obligado a practicar una estrategia dual: mantener lo
radical en el discurso, pero ganar espacio político a través de la negociación
para poder implementar las medidas económicas indispensables pero costosas
políticamente. El reto es lograr este difícil equilibrio sin generar reacciones
de bloqueo brutalmente duras por parte de los radicales del chavismo.
Pero en este tablero los otros también
juegan. En la otra acera estaba un Capriles Radonski que había planteado las
elecciones municipales como un plebiscito a la gestión de Maduro y que las
perdió en dos dimensiones: primero, no ganó numéricamente; segundo, cuando el
venezolano internaliza una derrota normalmente no lo hace de manera directa,
sino desde el otro extremo del control: buscando quién perdió. Así que a
Capriles la situación postelectoral le representa un reto más: mantener su liderazgo
de la oposición e impedir que lo sustituyeran como el gran líder en el
imaginario político opositor. Sobre todo cuando a su alrededor existen actores
que buscan tomar ventaja. Basta con
seguir las acciones de Leopoldo López y de Maria Corina Machado, en clave de
línea dura, para entender su riesgo.
Visto el contexto, cuando se analizan las
necesidades de Nicolás Maduro y Henrique Capriles Radonski es evidente que
ambos necesitaban un movimiento estratégico efectista. Y una reunión para
atender el tema de la inseguridad —donde se presumen las buenas intenciones de
ambos bandos, después del posicionamiento que tuvo en la sensibilidad nacional
y en la opinión pública el lamentable asesinato de Mónica Spear y su esposo,
delante de su hija de cinco años— era
una oportunidad de oro para que Maduro pudiera encontrarse tanto con Capriles
Radonski como con la Oposición. Pero también era una oportunidad potable para
que Capriles asistiera a una reunión en Miraflores después de haber declarado
que Maduro es un presidente ilegítimo y que no fue elegido por el pueblo.
Mientras el país está conmocionado por un evento de tal magnitud, la reunión
puede verse como una necesidad inminente de buscar soluciones conjuntas a los
problemas que nos aquejan a todos por igual, “poniendo de lado” los intereses
políticos individuales de los actores en conflicto.
El asesinato de Mónica Spear y su esposo
tiene una connotación muy especial. No sólo por las fama de la actriz, sino por
todas las característica que están alrededor del suceso, como la idea del padre
extranjero que viene a mostrarle el país a su hija o el hecho de que los
homicidios se cometieran delante de Maya, la niña que queda huérfana. Esos
elementos lo convierten en un símbolo que resume la gran preocupación del
venezolano: la inseguridad.
El 46% de los venezolanos nombra en primera
posición la inseguridad como su problema más importante. Eso casi cuadruplica
al segundo problema, que es el desabastecimiento. Ahora bien: obviamente es un
riesgo político muy alto para Maduro vincular su figura al tema de la
inseguridad, sobre todo considerando que es un problema que no ha podido resolverse
en años, sino que más bien se ha agravado. Y, además, es un tema que Hugo
Chávez esquivaba con eficacia política. Pero, por otro lado, la inseguridad
también le brinda una excusa a Maduro para promover una negociación que
arrancaría con este delicado tema, pero que luego sería muy fácil de conectar
negociaciones en el plano económico, donde están las mayores urgencias a corto
plazo de su gobierno.
Para Henrique Capriles el encuentro también
es una oportunidad. Sin costo político aparente, puede involucrarse en la
solución de un problema de alcance nacional. A una reunión como ésta no se
asiste porque se pretenda reconocer a Maduro ni por haber cedido en posiciones
ideológicas: se asiste en el contexto real de un país estremecido para buscar
una solución en conjunto. Y, en esas condiciones, un líder debe reunirse hasta
con el Diablo si es preciso.
Además, la manera en la cual se dio el
proceso de concreción de esta reunión —incluyendo el mensaje que el propio
Capriles emitió por su cuenta de Twitter, manifestando que era urgente dejar a
un lado las diferencias y trabajar unidos, antes de que el Ejecutivo Nacional
convocara a la reunión— evidenció su liderazgo y capacidad de compromiso, con
un trasfondo de que esto no es un problema de chavistas o de opositores, sino
un problema de todos: un problema nacional.
La reunión también le sirvió a Capriles para
reducir el costo que representó no haber asistido a la reunión de Maduro con
los gobernadores y alcaldes electos en diciembre. Ya no aparece como un actor
que está en contra de una negociación, sino con razones suficientemente
potentes como para que nadie pueda cuestionarlo y sin abandonar a una oposición
que en esta ocasión lo necesitaba a la cabeza. El vacío hubiese sido muy
costoso si Capriles no asume ese toro por los cachos y representa su liderazgo
frente al de Maduro.
Es en estas circunstancias que tiene lugar un
encuentro que, por cierto, no fue un caluroso abrazo entre Capriles y Maduro.
No se trata de la foto de Shimon Peres y Yasser Arafat, sino de un apretón de
manos que una fotografía registró como distante, incluso con personas y objetos
entre ambos como obstáculos. Ese apretón de manos, arisco y complicado, no es
un “ahora somos panas”, sino algo mucho más significativo: el inicio de una
relación entre el líder de la oposición y el líder del chavismo con un objetivo
específico. Esto representa un cambio muy importante tanto de la posición de
Maduro como de la posición de Capriles. Un cambio que puede ser determinante a
futuro.
Es interesante que tanto los radicales
chavistas como los radicales opositores están encendidos contra sus líderes por
haberse encontrado. Ese apretón de manos distante fue suficiente para enfurecer
tanto a quienes son capaces de decir que Simonovis debe morir en la cárcel como
a quienes no asistirían a Miraflores porque Nicolás Maduro es un ilegítimo.
Ambas son posiciones que se tocan e impiden la búsqueda de soluciones
conjuntas.
¿Cómo ambos liderazgos van a sortear este
proceso? Ahí aparecen las grandes preguntas. ¿Capriles va a tomar ventaja de
que, dentro de la oposición, los radicales son minoritarios? ¿Podrá resistir a
quienes han puesto en la mesa propuestas más radicales? ¿Alguien pretende
aprovechar que Capriles estuvo en Miraflores para levantar sentimientos en
contra de su liderazgo? ¿O más bien Capriles puede aprovechar el hecho de que
la población mayoritaria está a favor de buscar soluciones, sin importar si
eres chavista, opositor o independiente, para ampliar su respaldo popular?
Si Capriles logra vender la asistencia a esta
reunión como la decisión firme de un liderazgo opositor que va a seguir
criticando y enfrentando al gobierno cuando sea necesario, pero que está
dispuesto a buscar soluciones, es posible que aumente su respaldo interno, a
pesar del esfuerzo de los opositores radicales. Maduro, por su parte, intentará
utilizar esta reunión como una excusa para eventualmente plantear acuerdos,
vínculos y negociaciones, no solamente con el sector político sino con el
sector privado de la economía y así rescatar algunas cosas que para él son
vitales y que, en otras circunstancias, los radicales no le permitirían
emprender. Porque va a tener que enfrentar a los radicales: ellos van a estar
ahí, atacándolo y representando un gran riesgo para su gobierno.
No tengo idea cómo se desarrollaran los
próximos acontecimientos, pero es claro que para cualquier líder político es
mejor estar que no estar en un diálogo con el adversario, sea este sincero o
no. La historia no recuerda a nadie por
no estar, sino por lo que hizo estando. Un líder inteligente no es el que evade
una reunión peligrosa donde pueden usarlo, sino es el que es suficientemente
creativo para tomar ventaja de esa reunión a su favor. Y esto vale para las dos
partes.
@luisvicenteleon
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