SI
LO HUBIÉSEMOS SABIDO...
Quien
esto escribe solo dispone de una certeza no exenta de ambigüedades: el 8D hay
elecciones. Ante esa mínima certidumbre -si es que al régimen no le da por
asestar un manotazo- votar es una contribución a notariar que lo que se huele
se asiente en un acta. Lo que se ve es que el régimen está (¿estaba?) en una
catástrofe de opinión pública. En una sociedad democrática una situación así se
transforma, casi calcada, en votos: la oposición debería ser mayoría, como ya
lo ha sido en las recientes jornadas electorales, especialmente en la del 14 de
abril. Es posible que existan otras soluciones que conduzcan a la renuncia de
Nicolás Maduro del cargo que no ganó y al cual se aferra, pero la más inmediata
es la ocasión electoral, más como un deber que como una felicidad dadas las
condiciones impuestas por quienes se empeñan en quedarse a juro.
Si
las votaciones pudieran traducir sin interferencias el rumor de la calle,
Nicolás debería preparar sus cachivaches y ajuares paramarcharse. Se admite que
ante un gobierno tan débil, desangelado y sin rumbo, una voz estruendosa que
diga "lárgate" no podría ser desoída. Por esa razón es que el país
asiste estupefacto a la operación fraudulenta, ventajista, ilegal, anticonstitucional,
con la que el régimen le pone sordina a la angustia de la calle o simplemente
se prepara para los actos de magia en los que una intención opositora entra por
aquí y un voto rojo sale por allá.
Para
el gobierno es de vida o muerte imponerse el 8-D. Ya se ha dicho que cuando se
cuenten los votos, si el Gobierno se confirma como la minoría que es, se
producirá una crisis del madurismo, la versión aguada y piche del chavismo. No
actuarían sólo los opositores sino los caimanes que en el Mar Rojo esperan para
almorzarse al usurpador. Nicolás tendría que resignar el cargo que confisca y
un arreglo entre el desleído chavismo y los frentes opositores -que no hay uno
solo- se haría viable.
Precisamente
porque el ocaso de Maduro está en la agenda es por lo que el régimen que
representa está dispuesto a hacer lo que sea para impedirlo. Y lo primero que
se ha propuesto hacer es ganar las elecciones aun sin ganarlas. No se caerá acá
en la discusión exquisita de dónde está la trampa, con esas disquisiciones
necias que intentan diferenciar el ventajismo del abuso, el abuso de la
violación, la violación del fraude; el fraude ejecutado por el comisario que
vigila al votante, del fraude del chip-i-chip; y así hasta el infinito por
parte de los que intentan decir que hay de todo, pero fraude, fraude que se
diga, es decir fraude, no. Especialmente es una discusión inútil cuando todo lo
que hace el régimen es parte de un diseño sistémico fraudulento.
La
pregunta que surge es cómo si hay fraude se hacen llamados a votar. Muchas
respuestas puede haber, tantas como oposiciones hay. La que se comparte en este
rincón es que sin haber una insurrección cívica o militar-aunque ambas
posibles- y en una situación en la que el descontento ha alcanzado cotas de
furia, buscar una oportunidad para evidenciarlo precipita el fin del régimen.
Aunque haya trampa siempre se sabe si la hubo; si escamotean los votos, siempre
se sabrá que lo hicieron; y la conciencia de mayoría -"somos mayoría"
dijo María Corina Machado hace años, con voz solitaria- es una conquista
indispensable para ayudar a sucesivas victorias, sean electorales o no.
La
condición para que no haya desmoralización es que la sociedad democrática
utilice la victoria, sea que no la puedan ocultar, sea que la roben, para crear
el ambiente en el cual la renuncia de Maduro y su relevo constitucional se
convierta en una consecuencia tan natural como inevitable, en el marco de un
acuerdo nacional.
TIEMPOS
DIFÍCILES.
Debido
al descontento, el poder represivo del régimen se ha incrementado. No se ha
impuestopor su legitimidad sino debido al dispositivo cubano, policial y
parcialmente militar. El Gobierno es más débil pero las destrezas represivas
son mayores, apoyadas por el dócil e indecoroso aparato judicial.
A
esta situación se ha llegado con la contribución de algunos dirigentes
democráticos. Mientras voces importantes se levantaron desde el comienzo y aun
antes que Chávez llegara a la Presidencia, para denunciar el carácter
autoritario, represivo y totalitario del régimen, hubo quienes consideraron que
era una denuncia desorbitada. Chávez se presentaba a sus ojos como un personaje
atrabiliario pero al fin y al cabo un demócrata. El chavismo era un
dispositivorepublicano, aunque tropical y por tanto muy exagerado. En medio de
esa ceguera el pequeño monstruo se ocultó, creció y se desarrolló, cuando los
propios benevolentes opositores se dieron cuenta ya era tarde: aquel bichito
curioso y grotesco se convirtió en el ogro totalitario de hoy. Tal vez no sea
imposible salir de su cerco pero sin duda ahora es másescabroso. Lo es porque
durante mucho tiempo y en muchas oportunidades la sociedad democrática apostó a
la calle; los militares institucionalistas apostaron a la calle; hubo
dirigentes que apostaron a la calle; sin embargo, el sector convertido en
dominante de la oposición no creyó nunca en ese llamado. La calle -según su
apreciación- era demasiado respondona, radical e inmanejable. Más de una vez
los ciudadanos salieron pero, poco a poco, se les envió a sus casas una y otra
vez; se les sustrajeron las ganas; se les dijo que era una locura. Ya no salen
cuando se les convoca, al menos en la misma proporción y con la misma
convicción. Volverán, pero las condiciones políticas y de dirección tendrán que
cambiar.
LO
QUE ES Y LO QUE PARECE.
Hay
dos procesos paralelos. Uno se ve: son las elecciones, la diatriba política, la
persecución de muchos y la liberación de pocos; la apoteosis del consumismo
capitalista como una vía para imponer un supuesto socialismo manejado por la
boliburguesía, los bolichicos y los enriquecidos jefes chavistas, que
desaprendieron a ser pobres o modestos. Esto es lo que se ve. Lo que no se ve
es que hay dos bloques que en términos electorales cada uno está razonablemente
unido; pero, más allá, se sabe que el chavismo es una desintegración
programada, que la oposición no es una sino varias y contradictorias; que las
pretensiones hegemónicas en cada bando se deslíen y que hay ciudadanos, muchos
con disposición a votar aunque otros cuantos no, que buscan una y otra vez un
camino autónomo. También hay militares: unos sin regreso y sin destino; otros
en una contorsión difícil en procesos de sustituir los hábitos rojos por una
cierta moderación; los de más allá con espíritu tan institucionalista como
lleno de miedo; y, desde luego, los que buscan la oportunidad para restablecer
la democracia. En estos enredos anda el país. Por lo pronto, vote; no soluciona
perorefuerza. Con todo respeto, sin insultos, también este narrador solicitaque
voten a quienes hasta ahora piensan abstenerse.
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@carlosblancog
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