Esto está tendiendo a convulsionar el país por la perversidad que entraña toda esta barahúnda de equivocaciones cimentadas sobre razones absolutamente populacheras y electorales.
VENEZUELA:
PAÍS AMENAZADO
No
toda amenaza tiene una razón que la justifique, ni tampoco una causa que la
coloque fuera del problema en cuestión. El hecho de dar a entender con actos o
con palabras que quiere perjudicarse a otro, o de intimidar a alguien con el
anuncio de provocarle un daño grave, puede derivar en un delito de marca mayor.
Sobre todo, cuando arroja consecuencias en torno a la libertad de las personas
y su derecho a la paz y la tranquilidad. Aunque también, cuando la situación
termina concretándose en un plan premeditado y con la mayor saña posible para
aterrorizar una comunidad. O peor aún, para ocasionar algún tipo calamidad en
un colectivo.
Precisamente,
es lo que está aconteciendo en el país toda vez que los chantajes que están
acuciándose a lo largo y ancho de la geografía nacional son producto de una estrategia gubernamental
alevosamente pensada con el temible propósito de fundamentar sus bárbaros
avances contra quienes se le oponen. Estos dirigentes de gobierno obran en
contrario a lo que pregonan en tiempos electorales. No tienen idea de que “una
injusticia hecha al individuo, es una amenaza a toda la sociedad”
(Montesquieu).
El
país ha venido sucumbiendo precipitadamente sin que hasta ahora haya podido
frenarse alguna de las devastadoras decisiones elaboradas por el régimen. Las
invasiones a propiedades, así como las confiscaciones o expropiaciones de bienes
de personas jurídicas o naturales, o la inopia que padecen los establecimientos
de salud pública, dan cuenta del guión
elaborado, en nombre de un perverso socialismo, con el fin único de desarreglar
la organización sobre la cual descansa la dinámica económica y social de un
país el cual, como Venezuela, no le resultó nada sencillo haberse adentrado en
fases de desarrollo que, inclusive, causaron envidia ajena. Ahora, la intención
del régimen es valerse del esfuerzo privado para proyectar una imagen que, si
bien en principio pudo ofrecer una imagen en consonancia con un discurso
falsamente halagüeño, finalmente resultó transgredida a causa de la
improvisación y la desidia propia de esta gestión gubernamental.
En
el plano de las contradicciones que el propio régimen ha animado, el problema
de las invasiones se ha agravado. Luego que la reforma del Régimen Prestacional
de Vivienda y Hábitat (2008) prohibió las invasiones u ocupaciones indebida de
terrenos públicos o privados, un dictamen del TSJ (Diciembre 2011), declara la
muerte a la propiedad privada al juzgar que la invasión ya no sería un delito.
Aún así, el ministro de Vivienda recién advertía del error que cometían quienes
actuaban como invasores, razón por la cual exhortó a no cometer dichos abusos
para evitar problemas mayúsculos. No obstante, en medio de tal confusión, las
invasiones continuaron siendo noticia del día. Incluso, funcionarios del
gobierno central y cuerpos del Ejército siguen prestándose a acompañar
invasores a ejecutar sus cometidos. Ejemplos sobran. Lo sucedido en la Torre
Confinanzas (Caracas), distintos hoteles, edificios privados, casas
particulares, terrenos concebidos para fines educacionales, sedes de
organizaciones y empresas privadas, ejidos y tierras comunales, entre otros
casos igualmente terribles, confirman la anormalidad que sucumbe al país.
En
el fondo, pareciera conjurarse una suerte de maleficio político–social
coadyuvado por el embrollo urbano incitado por el efecto de invasiones ausentes
de derechos legales convirtiendo zonas urbanas en terrenos marginados debido a
la saturación de servicios que, a su vez, conduce al deterioro de la ya
fustigada calidad de vida. No ha habido forma de actuar sobre el ordenamiento
urbano establecido por ley. Por el contrario, con la institucionalización de la
Gran Misión Vivienda, muchos creen resolver su problema habitacional cuando en
verdad, esto está tendiendo a convulsionar el país por la perversidad que
entraña toda esta barahúnda de equivocaciones cimentadas sobre razones absolutamente
populacheras y electorales. Lejos de asegurar ciudades de excelencia, el
régimen está embarcado en propuestas que, de continuar, garantizarán la mayor
invasión no tanto a terrenos públicos o privados declarados para fines
distintos a los de vivienda. También, y peor aún, al sentido necesario de
ciudadanía y de identidad por cuanto de su comprensión y praxis depende la
libertad, la justicia y la democracia. No hay duda, estas amenazas acechan el
futuro nacional. Así puede decirse: Venezuela, país amenazado.
VENTANA DE PAPEL
LA
ANARQUÍA SE MUEVE EN DOS RUEDAS
Anarquizar
a una sociedad, no necesariamente proviene de problemas políticos. También
resulta del descontrol que incita la anomia. O sea, la falta de normas o
incapacidad que padece la estructura social para dotar a ciertos individuos de
lo necesario para convivir en un marco de respeto, tolerancia y dignidad. Esto,
por supuesto, deviene en una grave ingobernabilidad que termina animando una
situación groseramente caótica. Este exordio vale para hacer referencia a los
motorizados cuyo número, en algunas ciudades supera caramente la proporción
automóvil–habitante.
Peor
aún, la relación entre el espacio de desplazamiento que ocupa la movilidad de
un transeúnte a nivel de las aceras y el que debe corresponder a un automóvil a
nivel de calle. Los motorizados que utilizan su vehículo para el transporte de
pasajeros, conocidos como moto–taxistas, constituyen un caso de estudio.
Algunos son obedientes de las reglas de tránsito. Sin embargo, muchos son la
apología de un comportamiento no social en virtud de la conmoción que los
caracteriza en medio del tráfico citadino. Su actitud, toda irreverente y
atrevida, es expresión del desacato a la norma lo que impulsa el caos al
momento de conducir. En ese motociclista hay poco valor ante la necesidad
social de favorecer la solidaridad orgánica produciéndose así la imposibilidad
de acceder a los medios que sirven para obtener los fines establecidos
socialmente o de manera contraria.
Por
esta razón, su presencia en el flujo automotor adopta manifestaciones de
peligroso arrojo y falsa heroísmo que ponen el riesgo la vida de ellos, sus
pasajeros y peatones en su libre albedrío. El irrespeto al derecho del otro, o
los excesos cometidos, son parte de su habitual conducta. Las salas de
emergencia están atiborradas de estos motociclistas. Muchos han perdido la vida
por demostrar sus habilidades. Otros quedan lisiados. La venta de motos se
convirtió en un negocio que incita su
adquisición sin avisar de sus peligros. Ahora el transeúnte teme más ante la
imprudencia de un motorizado, que de un automóvil lo que retrata la magnitud
del problema. Sin duda que la anarquía se mueve en dos ruedas.
NI
SABOTAJE NI GOLPE ELÉCTRICO
Se
dice que la indolencia es la “madre de todos los vicios”. Y en socialismo, más
aún. Y es que por tan desnaturalizada razón, este tipo de régimen actúa al
margen de compromisos que sensibilicen resultados. Por eso estos gobernantes se
endurecen ante el dolor. Esta teoría, ha servido en tiempos de opresión para
justificar decisiones fríamente calculadas cuyos efectos pueden determinar
resultados de alto riesgo. El serio apagón nacional del pasado martes, pudo
obedecer a un equivocado ensayo para medir reacciones y consecuencias capaces
de desequilibrar la estructura política y social sobre la cual descansa el
poder del régimen.
El
susodicho problema, superó a los anteriormente sucedidos. Sin embargo, en una
situación debidamente controlada, no debería generarse el colapso que por
tantas horas afectó a más de la mitad del país pues los propios sistemas de
protección de subestaciones y de plantas de generación de electricidad, cuentan
con mecanismos de compensación que inducen una pronta respuesta. Pero el
problema condujo a una respuesta alejada de lo estructuralmente diseñado con
las consabidas secuelas. Los valores de operación se saltaron dada la
improvisación con la que ha venido actuándose. Menos puede pensarse
absurdamente asumiendo que fue un “golpe eléctrico” cuando las respectivas
instalaciones son custodiadas por efectivos militares.
El
único ensayo posible, y mal procedido, debió autorizarse por la alta dirigencia
gubernamental. Pero el retorcido experimento se salió de control, arrojando el
resultado del cual el país es testigo de excepción. Un efecto dominó pudo
devenir de la maniobra ejecutada sin que pudiera controlarse la sincronía
necesaria para mantener la generación al tope de la demanda eléctrica. Aunque
también se alega la falta de inversiones ajustadas a la realidad como causas
posibles ante todo aquello que compromete la estabilización del sistema eléctrico
nacional. Otras serían las razones.
La
corrupción, por ejemplo. Así que ni sabotaje ni golpe eléctrico.
“Donde se estaciona el engaño, se alientan
conflictos cuyas crisis consiguen en el populismo burdas excusas que avalan el
desenfreno del socialismo”
Antonio
José Monagas
@ajmonagas
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