Los políticos saben que cualquier batido de alas se convierte en un tornado, y evitan lo que pueden
Charles Talleyrand se convirtió en un
paradigma del diplomático que marcó el mundo moderno, astuto, sutil, irónico,
elegante, con sentido del humor. Su huella personal tan profunda explica por
qué los diplomáticos tratan de cultivar, con diferente éxito, las virtudes
mencionadas del personaje. Llegó a satirizar incluso al todopoderoso Bonaparte,
al tiempo que supuestamente lo elogiaba ("lástima que un hombre tan grande
sea tan maleducado"), dejó colar sobre el emperador cuando éste lo
calificó de "bola de m... en medias de seda". En la antítesis,
Gromicko, famoso por no haber reído jamás en una reunión con representantes de
potencias imperialistas.
Pero Talleyrand no sobrevivió en política
gracias a la obsecuencia, la baratija intelectual, la chacarrería ni chistes
carentes de humor, ni por rendir pleitesía a autocracias indignas y defender
iniquidades a contrapelo del más elemental pudor. Corrió riesgos graves y hasta
sufrió excomunión por apoyar la Constitución de 1791, y luego lo expulsaron de
Inglaterra en 1794, aunque era un refugiado que huía del gobierno francés. No
se sumergió en aguas ruines, ni chapoteó en lagunas de oxidación. Tenía
ingenio, pero también honradez. Un ser humano.
En 1805 renuncia enérgicamente a la Cancillería
por oponerse al empeño de Napoleón de declarar la fatal guerra a Austria y
Rusia, que le costó la vida al imperio. Sobrevivió a varios regímenes, no por
obsequiosidad, sino por un talento para decir cosas lacerantes pero simpáticas
y profundas que fogoneaban los errores de los gobernantes que sirvió: "más
que un crimen es una estupidez", dijo del ajusticiamiento revolucionario
de un poderoso noble.
El manierismo puede definirse como la
imitación de un sentimiento o pasión, pero tan antinatural y exagerada que se
convierte en amaneramiento (de allí su nombre) el mal gusto, degradación
estética, rastacuerismo. El mundo de la diplomacia pertenece a todo tipo de
performances.
Venezuela tiene una versión manierista de Talleyrand. Se llama
Chaderton. Finge cultura pero articula lugares comunes. Quiere hacer ironías y
no logra más que obscenidades. Quiere demostrar inteligencia y le sale espuma.
Se le va el tiempo en fingir una voz de barítono que le debe producir, al
final, un terrible agotamiento.
Amenaza con dagas florentinas y termina con
cuchillos de carnicero. Sus exhibiciones de falta de conocimientos, rusticidad
y poca competencia hacen sentir terrible vergüenza cada vez que abre la boca.
Acarició la fortuna de las antesalas puntofijistas. Treinta años de los
cuarenta de democracia disfrutó el mundo, y también se caracterizó entre sus
colegas por la particular propensión a lamer la planta de los pies, cargar
maletines, hacer antesalas, soportar humillaciones y elogiar públicamente manos
que, a veces, lo abofeteaban. Más que por sus destrezas diplomáticas fue
conocido por esas habilidades a la sombra. Toda su agridulce vida deambuló en
medias de seda entre el fru-fru de los ágapes diplomáticos.
El suicidio del poder (2012). Es el nuevo
libro del reconocido periodista Juan Carlos Zapata que con prólogo que firma el
brillo latinoamericanista de Alvaro Vargas-Llosa, se une a la ya larga serie de
títulos del autor que nos ofrece una perspectiva extremadamente aguda e
interesante de las entretelas del proceso político actual. Su hipótesis es
sugerente, la autodestrucción del poder, de los poderosos, y recorre diversas
situaciones en las que se aprecian esas dinámicas. Maquiavelo insiste en la
paradoja: no importa cuáles ni qué tan buenas sean sus intenciones, a los malos
que no saben de política las acciones se les revierten y los resultados los
aplastan.
El caso Carmona Estanga, un excelente hombre
y gerente, es una demostración. Con los mecanismos en el bolsillo, la
ignorancia del poder no excusa su cumplimiento y se le fue como agua entre los
dedos. La antipolítica consiste, más allá de odiar a los que ejercen, en la
incomprensión estructural de la política, la acción más compleja que puede
realizar el hombre, y el intento de reducirla a la linealidad de la vida
cotidiana. Carmona y su círculo actuaron como gerentes: parlamentarios,
gobernadores, etc., "no sirven para recuperar el país conforme lo
entendemos y los despedimos", como en una empresa privada ¡Prestaciones y
a la calle! Los políticos saben que cualquier batido de alas de mariposa se
convierte en un tornado, y evitan lo que pueden.
@carlosraulher
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