martes, 27 de septiembre de 2011

JUAN CARLOS APITZ B: LA REVOLUCIÓN DE LA DESIGUALDAD

   A partir de 1999 una nueva elite asumió el control de la mayoría de las instituciones del Estado venezolano. Desde ahí, con apoyo de una parte importante de la población, que la ha acompanado en sucesivas elecciones, viene intentando construir una hegemonía alternativa a la que existió en los cuarenta años anteriores, en medio de grandes tensiones y conflictos.

GOBERNTAS VS PUEBLO E INDIVIDUO
   Pese a que el contenido del discurso político de la nueva elite ha venido variando desde 1999, este tiene una constante: su vehemente invocacion al igualitarismo.

   En efecto, la idea de igualdad, que comparten la pasada “democracia participativa” y el presente “socialismo del siglo XXI”, presupone no sólo la igualdad de todas las personas ante la ley y la igualdad de oportunidades para competir por bienes y servicios, sino también la igualdad sustancial, tanto de los bienes materiales (igualdad socioeconómica) como de la posibilidad de la participación en la definición de los asuntos públicos (igualdad política) y de la valoración de los diversos estatus sociales (igualdad cultural).

   Ciertamente, el marco constitucional y las políticas públicas impulsadas en esta década, permiten comprobar una voluntad política favorable a los sectores populares y otros sectores discriminados y hacia una visión de igualdad sustancial, expresada en una reivindicación del rol del Estado para la corrección de inequidades, el aumento del gasto social, creación de estructuras extraordinarias para garantizar con más agilidad el acceso a los derechos sociales, aumento en la recaudación de impuestos progresivos y reducción en la alícuota del IVA, ampliación de las condiciones de participación de los sectores populares, capacitación técnico-productiva de los sectores populares y estímulo a su autorganización para la producción cooperativa y autogestionaria, valoración social simbólica de los sectores populares, de las negritudes y pueblos indígenas desde ámbitos de poder estatal y comunicacionales, entre otros.

   Pese a ese comportamiento estatal, como lo ha reconocido el presidente Chávez varias veces, los avances en materia de igualdad socioeconómica son mínimos e, incluso, en algunos momentos, se han producido claros retrocesos.

   Aunque los indicadores de desigualdad en la distribución del ingreso de 2003 a 2010 expresan una leve mejoría con respecto a toda la década anterior, se trata de logros débiles, si se comparan con la radicalidad del discurso igualitarista, la cantidad de medidas adoptadas desde el Estado y la pretensión revolucionaria de modificar la estructura social.

   Concretamente, los avances en la construcción de la igualdad exige la construcción de una economía productiva, que supere el rentismo y amplíe las posibilidades de inclusión socioproductiva y las redes de seguridad y protección social. Eso si,  colocando el acento en la economía social, y democratizando los medios de producción. Aunque ello obliga a evaluar seriamente los pésimos resultados obtenidos hasta ahora en materia de economía social, e identificar y eliminar la creación de elites económico-políticas que obtaculizan la labor reivindicativa.     

   En resumen, si sigue como va esta élite será apenas recodada como la revolucion de la desigualdad.

justiciapitz@hotmail.com

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OSCAR GARCÍA MENDOZA: EN DEFENSA DEL DEPOSITANTE

 “AUNQUE LO HAGAN TODOS YO NO”: SAN MATEO:


 “Al banquero se le presentan dos dilemas: "O protege a los depositantes no entregando los dineros de éstos, que son propiedad privada (...) o hace lo que el Gobierno quiere y entrega los fondos con la certeza, prácticamente total, que 

La función más importante de la banca es la intermediación financiera. Las personas naturales y jurídicas le confían sus fondos para su custodia. Otras personas demandan esos fondos para su inversión a corto o largo plazo en sus negocios, de consumo, inversión a largo plazo u otros.

El papel del banquero es actuar con la mayor precaución y prudencia. Los depositantes les han tenido confianza para colocar sus capitales, su propiedad privada. Los banqueros prestan esos fondos a otros actores de la economía que tengan la capacidad necesaria para repagar a tiempo esas sumas, más sus intereses. De otra forma no podrían devolver sus fondos a los depositantes. Luce sencillo, no lo es. 

El análisis prudente y juicioso de cada una de las propuestas de crédito no es fácil: la coyuntura económica, reputación, estrategia, balances, garantías, etc., de cada una de las solicitudes debe ser considerada y analizada a fin de garantizar la solvencia del crédito, que es, al final, la solvencia del banco y de sus depositantes.

Durante este período, las autoridades, más que concentrarse en vigilar que la banca cubra los parámetros mínimos de solvencia necesarios, han sido por un lado permisivas (recordemos la mini crisis bancaria) y, por otro lado, coercitivas: ha obligado a los bancos a colocar el dinero de los depositantes en una serie de "gavetas obligatorias" que coartan a la banca su libre actuación.

Recientemente han ido a más. Por una opinión presidencial, en abierta interferencia con la autonomía constitucional del Banco Central, se ha forzado a la mayoría de los bancos, mediante el artificio de reducción del encaje legal, a colocar fondos en un fideicomiso de Bandes, para ser invertidos en la Misión Gran Vivienda Venezuela. Para ello, no se le entregó a los bancos ninguna información que les permitiera analizar la inversión. Además, dentro de las funciones de los bancos no está el colocar fondos en este tipo de operaciones. El gobierno es poderoso y puede "inducir" a los bancos a realizar estas colocaciones. Pero su verdadera función debería ser crear las condiciones para generar el empleo, que a su vez permita a los ciudadanos adquirir sus viviendas.

Ahora, en exceso de ese dinero extraído del encaje legal de los bancos, pretende el gobierno que la banca le entregue los fondos que no ha podido colocar responsablemente en las gavetas hipotecarias. La banca no ha cumplido por dos sencillas razones: Por una parte, no hay proyectos en el sector privado, pues el gobierno activamente se ha ocupado de impedirlos, y por la otra, como no hay empleo productivo se dificulta la capacidad de repagar los fondos.

Este es un dilema para el banquero: o protege a los depositantes no entregando los dineros de éstos, que son propiedad privada, a unos fondos que, evidentemente, correrán la misma desventura que los billones de dólares que este gobierno ha despilfarrado, o hace lo que el gobierno quiere y entrega los fondos con la certeza, prácticamente total, que no se los regresarán.

No se sabe si se trata de un plan para estatificar el dinero de los depositantes y a la banca o es una demostración de que su flujo de caja está en límites mínimos, o una mezcla de los dos. Pero la conclusión es que no es algo positivo para los depositantes bancarios ni para el sistema, y que nuestra obligación es defender de la mejor manera que pueda sus intereses. Como decía San Mateo: “Aunque lo hagan todos, yo no”.

@ogarciamendoza

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EDDIE A. RAMÍREZ S: PETRÓLEO: EL FACTOR LIMITANTE

Venezuela requiere aumentar su producción petrolera.  Para ello necesita superar varios factores limitantes tales  como recursos financieros, equipos de perforación y recursos humanos calificados. El dinero puede conseguirse a un interés razonable a partir del 10 de enero del 2013, cuando tengamos un nuevo gobierno que los mercados financieros  perciban como respetuoso de los acuerdos internacionales. Los taladros y otros equipos no se consiguen en la ferretería de la esquina, pero con una adecuada negociación es posible obtenerlos. El cuello de botella es la escasez de recursos humanos calificados.

Así como nuestra fuerza naval no podrá derrotar ni a una escuadra de piraguas mientras su comandante sea un  Molero Bellavía, quien llegó a ese cargo por la  mala vía de la adulancia y no por méritos, nuestra industria petrolera no podrá aumentar su producción si no cuenta con profesionales de primera. El problema es que el guerrillero Alí despidió a los mejores y a nivel mundial hay una notoria escasez de expertos. Esta escasez se debe a que hace algo más de una década los bajos precios desincentivaron las actividades petroleras, con el consiguiente  desestímulo por las carreras relacionadas con los hidrocarburos. Al reactivarse la economía mundial y la demanda de crudo, las compañías se vieron en apuros para conseguir personal. Esta situación explica el porqué los profesionales  despedidos ilegalmente de Pdvsa están contratados en 26 países.  

El problema de la escasez de recursos humanos calificados se complica porque hoy en día los mejores alumnos no quieren estudiar  petróleo, por considerar que el futuro está en las energías no contaminantes.  En momentos en que Venezuela requiere aumentar su producción,  antes de que el petróleo sea sustituido por otras fuentes de energía, se impone una consideración especial  a la formación de nuevos profesionales, a la capacitación de quienes han ingresado recientemente a Pdvsa y  al rescate de los que están en el exterior y de los que permanecen en Venezuela vetados para trabajar en el área donde tienen experiencia. 

Para formar nuevos profesionales es imprescindible dotar de un presupuesto adecuado a las universidades que tienen carreras relacionadas con los hidrocarburos. A los jóvenes que entraron después del genocidio laboral del 2002-2003 hay que capacitarlos con el apoyo de las universidades y de personal jubilado que constituyan empresas de adiestramiento. Para recuperar el talento despedido habrá que llegar a acuerdos políticos para lograr un trato  justo que incentive el regreso, reconociendo  daños y perjuicios ocasionados por la intolerancia roja. También, la captación de los mejores dependerá de que los mismos perciban que los nuevos Directores de Pdvsa hayan sido designados por sus méritos profesionales y no por simpatías políticas. Si no se toman estas medidas, la  producción petrolera de Pdvsa seguirá declinando.

Como en botica: 

Mañana se cumplen 30 años del fallecimiento de don Rómulo Betancourt. Gran estadista, combativo, polémico, honesto, con un saldo histórico positivo, no exento de errores.  

Ceder a  Guyana lo que nos pertenece es traición a la patria. 

Dan pena ajena las declaraciones de los rojos vulgares ante la decisión de la Corte Interamericana que restituyó los derechos políticos de Leopoldo López y de otros. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!  


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ANÍBAL ROMERO: EL DILEMA EUROPEO

El sueño europeo se hunde bajo el peso de las deudas. El único camino de salvación exige el control centralizado, en manos de una autoridad única y prácticamente todopoderosa, de la política fiscal de las naciones que integran la Comunidad Económica Europea. El problema es que no existe consenso democrático en función de semejante objetivo.

En tales términos se define el dilema que hoy corroe hasta sus cimientos el llamado “proyecto europeo”. Por un lado, las élites que siempre han buscado una unión política de Europa, intentan en lo posible recuperar del naufragio una esperanza de cohesión hacia el futuro, aprovechando la crisis económica para imponer sus metas de poder. Por otro lado, sin embargo, los electorados europeos, en particular el alemán, a los que se prometió que la unidad económica jamás se convertiría en atajo para transferir recursos de modo permanente desde los países más productivos al resto, se están rebelando ante las constantes mentiras de sus dirigentes. En Alemania, una ciudadanía crecientemente frustrada ya ha propinado seis derrotas a la señora Merkel y su coalición en los siete más recientes comicios regionales.

Los que por años habían denunciado un déficit democrático en el proyecto europeo, es decir, la carencia de consenso popular acerca de los verdaderos propósitos de una dirigencia que se ha empeñado en convertir el mercado común en un superestado, tuvieron razón en sus críticas. Europa confronta las severas consecuencias de la desmesura de sus élites políticas, así como de la burocracia enquistada en las instituciones supranacionales ubicadas en Bruselas y Luxemburgo. Los electorados en las diversas naciones que componen la comunidad están cayendo en cuenta de las falsificaciones de sus líderes, del reiterado engaño mediante el cual se ha buscado construir una alianza política y un Estado centralizado por encima de los verdaderos deseos y aspiraciones de la gente.

La magnitud de la brecha entre las metas reales de los políticos socialdemócratas y demócrata-cristianos, por una parte, y por otra las percepciones y convicciones de los ciudadanos, permaneció más o menos oculta en tanto el endeudamiento irresponsable y la prodigalidad benefactora de los gobiernos, escondió el abismo económico hacia el que marchaba Europa. Pero ahora, cuando empiezan a deshacerse las costuras de Estados de bienestar levantados sobre la creación de dinero inorgánico, la complacencia de los políticos, la insensatez de los bancos y la superficialidad de los electores, Europa se enfrenta a una cruda realidad: el “modelo social”, producto de los artificios de unas finanzas demagógicas, está derrumbándose bajo el peso de las imposturas de décadas.

No habrá salida al dilema excepto a muy elevados costos políticos y socioeconómicos. La quiebra de Grecia es un hecho, pero sólo se trata de la punta del iceberg. Personalmente, considero que el naufragio europeo tiene aspectos positivos. Para empezar, se acabará la ficción de un superestado predicando en el mundo el “poder blando” y otras banalidades por el estilo, en las que, para sólo mencionar un par de ejemplos, se sustentaron tanto el risible Premio Nóbel de la paz concedido a Barack Obama como el teatro hipócrita de la “guerra humanitaria” en Libia. Todo lo que contribuya al entierro del asfixiante y ya fracasado socialismo europeo es alentador y bienvenido. Recibo con beneplácito la ruina de las élites políticas que en Europa se habían ido de vacaciones de la Historia, y que ahora deben hacer frente a los resultados de su frivolidad.


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ROGELIO ALANIZ: PLURALISMO Y HEGEMONÍA (DESDE ARGENTINA)

A pesar de lo que se diga y de lo que se manifieste como deseo ideológico o político, la Argentina es pluralista y a los teóricos de las unanimidades autoritarias se les hace muy difícil justificar sus fantasías. Puede que la señora en las elecciones de octubre obtenga el 55 o el 60 por ciento de los votos. Y que el dirigente más votado de la oposición esté por debajo del veinte por ciento. Incluso en ese caso la utopía de la unanimidad o de la “inmensa mayoría” estaría muy lejos de cumplirse.

Hagamos memoria. En septiembre de 1973 la fórmula Perón-Perón superó el sesenta por ciento de los votos, pero no sólo no amordazó a la oposición sino que tampoco garantizó la gobernabilidad, el argumento sagrado de los amigos de las mayorías absolutas. Con una mayoría del sesenta y pico por ciento de los votos el peronismo condujo a la Nación a la catástrofe.

En 1928 Hipólito Yrigoyen fue “plebiscitado” y dos años después cayó sin pena ni gloria. Dos años alcanzaron y sobraron para que el plebiscito se disolviera en el aire. En 1928 todos parecían ser radicales y en 1930 no se encontraba en la calle un tipo que dijera que había votado por la UCR. Esos cambios de humor de la multitud no son historia pasada: nada más inconstante y frágil que una mayoría política.

Ocurre que la asonada militar se produjo el 6 de septiembre de 1930, pero el radicalismo estaba derrotado mucho tiempo antes de que los cadetes del Colegio Militar y los aviones de El Palomar decidieran realizar su paseo victorioso, mientras las vecinas de avenida Callao salían a los balcones a saludar a las tropas y la sirena del diario Crítica anunciaba la buena nueva.

La Argentina es muy probable que en el futuro sea gobernada por una mayoría peronista, pero es muy difícil que deje de ser pluralista. La ilusión de transformar al peronismo en una suerte de PRI, de partido hegemónico al estilo mexicano, es improbable que logre concretarse, entre otras cosas porque el peronismo de los mejores tiempos jamás logró tener la eficacia electoral y política del PRI, eficacia que entre otras causas estaba garantizada por el pacto interno de renovar a los presidentes cada seis años.

Como se sabe, en México el presidente era el hombre más poderoso del país durante seis años, pero no bien dejaba el poder se transformaba en el hombre más anónimo del país. A este pacto de gobernabilidad, aprendido gracias a los rigores de la guerra civil, jamas logró forjarlo el peronismo, no tanto porque no pudo sino porque no quiso, ya que para los peronistas el líder -y si es posible el líder eterno- es el paradigma de la buena gobernabilidad. Antes de ayer fue Perón, ayer Menem y hoy la señora. Una tradición política, una cultura, una manera de entender el poder determina la creación de esta idolatría.

El otro prejuicio presente en nuestras recientes tradiciones, es que las grandes contradicciones de la política nacional se deben expresar en el interior del peronismo. Perón en su momento formalizó este punto de vista a través del humor: en la Argentina todos somos peronistas, los de derecha y los izquierda, los creyentes y los agnósticos, los conservadores y los radicales, decía guiñando un ojo y sonriendo como sólo él sabía hacerlo.

Desde cierto rigor conceptual, los editores de la revista “Pasado y Presente” no tuvieron ningún empacho en augurar que a partir de 1973 la lucha de clases en la nación se expresaría en el interior del peronismo. Hoy -con otra matriz teórica- en ciertas usinas del poder se afirma una hipótesis parecida: lo más importante, lo más decisivo de la política se despliega en el interior del peronismo. Lo demás es marginal cuando no antinacional.

El peronismo siempre se pensó como mayoría y siempre estuvo tentado en identificar esa mayoría con la Nación. Algunos de sus intelectuales se esforzaron por relativizar esa mirada movimientista de la política, pero la tentación siempre fue fuerte porque está latente en los orígenes mismos de su identidad. Los avatares de la política, la persistencia de una Argentina que siempre fue pluralista fue más eficaz que todas las consideraciones teóricas.

A partir de 1983 se demostró que el peronismo no era una mayoría automática. Que ganaba elecciones, pero también las perdía. Que más que una mayoría era una primera minoría. Sin embargo, los resultado electorales de agosto y los previsibles resultados de octubre han renovado el síndrome de mayoría hegemónica. El peronismo vuelve a creerse el partido dominante de la Argentina y sus propagandistas hablan de profundizar el modelo, deseo que apunta no a la patria socialista sino a profundizar el control sobre el conjunto de la sociedad.

Los problemas que presentan esta visiones son varios. Dejemos de lado, por el momento, ciertas cuestiones teóricas acerca de cómo se constituye una sociedad democrática y observemos si este afán de unanimidad del peronismo es una realidad o un deseo. Por lo pronto, y tal como se han presentado los hechos en la historia, esta unanimidad ha sido un deseo, porque ni en sus mejores tiempos el peronismo pudo impedir que la mitad del país se subordinara a su voluntad.

La ilusión populista, que es también la ilusión nac&pop, es la de una inmensa mayoría nacional enfrentada a una insignificante minoría de oligarcas, vendepatrias, explotadores, agentes del imperialismo o burgueses destituyentes. En contradicción con este deseo, en la vida real ni las mayorías han sido tan amplias ni las minorías tan insignificantes.

En 1951 el peronismo parece ser una abrumadora mayoría que desbordaba la Plaza de Mayo. Pero en 1955 la misma Plaza de Mayo está desbordada por un público que festeja alborozado la caída del dictador. Se dirá que una mayoría estaba legitimada por el voto y la otra, la de 1955, por las botas. Es verdad, pero la deslegitamación golpista de 1955 no invalida la existencia real de una poderosa Argentina antiperonista.

Pensarse como mayoría absoluta genera también errores de percepción política. Como dice Tulio Halperín Donghi, obtener el sesenta por ciento de los votos en una cultura republicana es un éxito político, pero ese mismo sesenta por ciento de los votos en una cultura que reivindica la unanimidad, es un fracaso, porque en cualquier circunstancia el cuarenta por ciento de la sociedad está muy lejos de ser una insignificante minoría.

Habría que señalar, por último, que esta ilusión hegemónica no garantiza desgraciadamente la gobernabilidad. El afianzamiento de una mayoría no elimina las tensiones sociales y, por el contrario traslada esas tensiones al interior de la fuerza política hegemónica. Es, más o menos, lo que ocurrió en 1976. El peronismo liberado a su propia energía se despedazó internamente, en el camino despedazó a las instituciones y le abrió el camino a los militares.

Si los dirigentes peronistas tuvieran una moderada cultura republicana, deberían estar afligidos por la debilidad de la oposición. Sin oposición y con instituciones republicanas bloqueadas o paralizadas, el peronismo supone que podrá hacer lo que se le dé la gana y no percibe que en ese escenario corre el gravísimo riesgo de quedar a la intemperie, expuesto a los humores de la sociedad sin que haya mediaciones que pongan límites o canalicen estos impulsos.

En nombre de la Nación, en nombre de sus instituciones y en nombre de la democracia, sería muy deseable que el peronismo haga su aporte para reconstruir el sistema político. Lamentablemente, no hay motivos por el momento para sospechar que estas tribulaciones republicanas le hagan perder el sueño al peronismo. Por lo pronto, sus principales jefes suponen que en el futuro obtendrán más votos que en el presente y que para el 2020, por ejemplo, todo la Argentina será peronista y, por qué no, cristinista.

Fantasías al margen, la oposición seguira existiendo, incluso a pesar de los reitetados errores que cometen sus dirigentes. Lo deseable es que lo haga a través de partidos políticos fuertes y liderazgos creíbles. Pero incluso, si ello no ocurriera la oposición sobreviviría en las gestiones provinciales y municipales y en la propia sociedad civil. En todos los casos, me atrevería a augurar que la utopía de la mayoría peronista no podrá realizarse. Mitre en su momento le dijo a Julio Roca que estaba muy lejos de ser ingenuo o candoroso: “Hay que resignarse a aceptar que esta Argentina no va a cambiar porque Dios y los argentinos así no lo quieren”.

Esa Argentina que no cambiará, será la Argentina pluralista, con sus centros de poder diversificado, sus regiones y economías, sus gremios obreros y patronales, sus ricas tradiciones políticas y, también, con su persistente utopía hegemónica forjada en esa otra larga tradición nacional que se llama populismo.

El afianzamiento de una mayoría no elimina las tensiones sociales y, por el contrario, traslada esas tensiones al interior de la fuerza política hegemónica.

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