Desde el año 2008 se vive en el mundo un panorama sombrío que sólo ha sido iluminado por chispazos de recuperación de irremediable brevedad.
Desde la caída de Lehman Brothers en 2008 se estableció como discurso prácticamente universal que la crisis era "financiera" y, además, que tenía su causa profunda en la "excesiva permisividad" existente para la operación de bancos y similares instituciones a nivel global.
Sin embargo, la realidad es que el sector financiero es uno de los mercados más intervenidos que existen. Más allá de la miríada de regulaciones, el hecho más importante es la existencia de un oligopolio monetario ejercido por los bancos centrales de los estados. Ignorando este hecho tan crucial, se impuso la "verdad" (mentirosa) de que la problemática sólo podría superarse, paradójicamente, a partir de una firme intervención estatal.
Sin embargo, con el pasar de los meses la crisis comenzó a mutar: ya no sólo los bancos enfrentaban situaciones de bancarrota, sinó que los mismos "países" en general comenzaron a tambalear. Al igual que en la ocasión anterior, con el lenguaje se ha intentado esconder la verdad profunda. El relato dominante menciona invariablemente a los "países" como protagonistas, cuando en realidad son los estados de esos países los que transitan por una situación precaria.
No debería pasar desapercibido el hecho de que en ambas fases de la crisis el protagonista central de las miserias ha sido el sector público. En la primera etapa (2001-2008) actuó como director y estructurador (vía manipulación monetaria) del escenario de descalabro financiero. Sin embargo, la consagración del estado ha llegado con el segundo acto (2009-actualidad), en donde ya no sólo dirige sinó que es protagonista central del drama.
Es hora de comenzar a llamar las cosas por su nombre: lo que ha sido denominado "crisis financiera global" es en realidad "la crisis global del estatismo".
Los estados, especialmente en Europa y EEUU, han seguido en los últimos 10 años políticas intervencionistas que nunca habían tenido lugar en el mundo (exceptuando, quizás, los tiempos de guerra de gran escala). Este modelo de participación creciente del estado en las vidas de las personas ha llegado a un claro límite y es lo que hoy está en crisis.
Un indicio de esto es que los estados que hoy se encuentran transitando por un período crítico son justamente aquellos que entre 2001 y 2010 incrementaron a un ritmo más acelerado su peso relativo sobre el total de la economía: Irlanda, Reino Unido, Islandia, EE.UU, Portugal, Grecia y España.
Por el contrario, en aquellos lugares en donde se ha producido una disminución de la relevancia del estado dentro de los asuntos económicos, la respuesta a la crisis ha sido mucho mejor. Los ejemplos más claros son Suiza, Israel, Eslovaquia y Suecia, cuya performance ha sido en general notablemente superior a la del resto de los países analizados.
La crisis actualmente experimentada en gran parte del mundo desarrollado es la crisis de un modelo sustentado en el estatismo creciente. La salida real no implica simplemente balancear los presupuestos o evitar defaults de las administraciones públicas. Resulta crucial la desarticulación de la inmensa red de regulaciones e impedimientos que hoy dificultan el desarrollo espontáneo de las relaciones económicas dentro de los países y entre individuos de diferentes sociedades. Particularmente importante en este momento es el desmantelamiento del oligopolio monetario. Es necesario abrir el mercado monetario a una verdadera competencia, eliminando el sistema de bancos centrales que hoy en día está demostrando su evidente fracaso.
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