A esa experiencia siguieron otras que me llegaron muy adentro y cambié mi percepción. Y ahora que, obligado por males de salud que no quisiera tener, me he tenido que someter a múltiples exámenes clínicos, la realidad se me impone. En todos los sitios donde he estado aparecen, estelares, estos "nuevos" venezolanos que, saliendo de abajo muestran una asombrosa competencia profesional en los campos más variados.
En los años que tengo enseñando en la universidad no he dejado de oír lo que siempre se presentó como una verdad incontrovertible: que la Venezuela de hoy sigue siendo, en lo más profundo, la misma Venezuela partida en dos que nuestra brutal guerra de emancipación trató de eliminar.
Esa letanía llegó a ser lo que los anglosajones llaman "jeremíada" (por los lamentos del Jeremías bíblico) y que nosotros bautizamos como la "quejadera". Venezuela, ése era -y es- el l eitmotiv, es un país con muchas riquezas donde una minoría (la de Santos Luzardo) trata desesperadamente de arrancarla de la barbarie (la de Doña Bárbara y su mundo pertinaz) en la cual vive la gran mayoría del país.
Toda nuestra historia republicana, entonces, era vista y entendida desde esta perspectiva.
Eventualmente, alguna gente lograba escapar del submundo bárbaro y a trancas y barrancas encajar en el de los venezolanos "civilizados". Había, incluso -eso era lo que se nos repetía machaconamente- destacadas instituciones que servían de trampolín para saltar de la barbarie a la civilización. Dos eran los que destacaban: el incipiente sistema educativo y la fuerza armada nacional.
Las pruebas de que eso era así eran tan evidentes que se hacían chocantes; sobre todo cuando la aparición del petróleo en nuestras vidas aceleró el proceso. Súbitamente el país pudo darse una forma de vida que sólo los reales en abundancia permitían, y esa "vida" nueva obligaba a que en cada rincón del país apareciera un tipo de venezolanos hasta entonces inexistentes.
Maestros de escuela, médicos, ingenieros y hasta militares profesionales eran de obligatoria presencia en esa "nueva" Venezuela. Apareció, entonces, la "Venezuela de los doctores" y con ello una nueva forma de empecinada estratificación social: después de los "doctores" el país sólo contaba con un inmenso caudal de lo que con pudor los expertos llaman "mano de obra no calificada". Resucitaba, vestida de otro modo, la Venezuela de blancos criollos y con la marejada de pardos a cuestas, tan poco competentes como resentidos.
Venezuela, con apenas un poco más de cuatro millones de habitantes, comenzó a recibir oleadas de inmigrantes europeos -dos millones y medio, coinciden las diversas fuentes- que se desparramaron por todo el país. Y la presencia "musiú", sin que nos diésemos cuenta, fue cambiando al país.
Hugo Chávez quizás sea el último venezolano que se quedó anclado en esa imagen de Venezuela, la de pardos contra criollos; aunque a veces lo acompañen en esta percepción más de un tenaz opositor a su proyecto demencial.
A mí, como a muchos, me costó desprenderme de esa imagen paralizante, mientras me iba hartando de prejuicios. Un día, sin embargo, tuve la oportunidad de ser invitado a recorrer las instalaciones de un colegio universitario en San Cristóbal. Ustedes saben, una de esas instituciones a la que uno veía con desdén y hasta con alarma, por considerarlas productoras de miríadas de profesionales express que simulaban una formación rápida y sin arraigo alguno. Unos médicos cubanos avant la lettre pues.
Pero cuando salí de aquel recorrido ya había comenzado a dudar, sobre todo después que me llevaron a una sala virtual donde un grupo de jóvenes seguía la clase por Internet de un profesor del Tecnológico de Monterrey, y en eso el profesor dice que va a contestar la pregunta que le acababa de enviar la señorita f ulana de tal desde San Cristóbal, estado Táchira en Venezuela.
A esa experiencia siguieron otras que me llegaron muy adentro y cambié mi percepción. Y ahora que, obligado por males de salud que no quisiera tener, me he tenido que someter a múltiples exámenes clínicos, la realidad se me impone. En todos los sitios donde he estado aparecen, estelares, estos "nuevos" venezolanos que, saliendo de abajo muestran una asombrosa competencia profesional en los campos más variados.
Es el asombroso mundo de los paramédicos, sin los cuales cualquier funcionamiento de instituciones hospitalarias sería imposible. Se va acabando ya el mundo de médicos desbordados, rodeados de una manga de incapaces que terminaban, casi de modo inconsciente, saboteando lo que esa agobiada minoría intentaba lograr.
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