Jarvas Vasconcelos es un senador brasileño que presenció hace unos años el discurso del presidente Chávez durante la firma del acuerdo entre Venezuela y Brasil para la construcción del Complejo Petroquímico de Pernambuco. Recientemente recordó la ocasión con estas palabras: “Él se imaginaba que estaba comandando una revolución de toda América contra EEUU”.
No se equivoca con esa apreciación el senador. Es la misma que tenemos muchos en Venezuela. Ése ha sido el delirante propósito del presidente venezolano desde que llegó al poder en 1998. No hay declaración o discurso público en que no haga referencia a su lucha antiimperialista.
Confrontar al imperio, a los norteamericanos, constituye su razón de ser, su obsesión paranoide, su desvelo, en todo tiempo y lugar. Para él, EEUU y su gobierno representan el mal, todo lo aborrecible, el capitalismo salvaje, el neoliberalismo depredador del ambiente, la destrucción de la tierra, la inhumanidad. Todo lo que signifique enfrentar y/o golpear el poder norteamericano contará con la concurrencia activa y entusiasta del gobierno venezolano. En síntesis, una monomanía que la ciencia bien conoce.
En los días del levantamiento de los pueblos del Medio Oriente, hemos podido observar con estupor cómo Chávez no tiene empacho en apoyar a tiranos árabes que están perpetrando matanzas en pueblos que sólo piden democracia y libertad.
Según él, esos autócratas serían víctimas, adivine el lector de quién, pues, obviamente, del imperialismo yanqui, y las masivas manifestaciones callejeras no estarían movidas por los deseos de zafarse de unos tiranos, sino que su motivación es responder a los intereses del demonio imperial capitalista.
Tal obsesión aberrante ha llegado a extremos incluso ridículos.
Ha acusado a su enemigo jurado hasta de provocar terremotos con un supuesta arma secreta. Todos recordamos la disparatada y risible versión sobre las causas del horrible sismo que devastó a Haití en el 2010. En esa ocasión declaró que era un “Claro resultado de una prueba de la marina estadounidense” y agregó: “en el resultado final de las pruebas de estas armas está el plan de los Estados Unidos de la destrucción de Irán a través de una serie de terremotos diseñados para derrocar a su actual régimen Islámico“. Chávez ha dicho también que la intervención por razones humanitarias aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de EEUU y otros países en Libia, tiene como objetivo apoderarse del agua de este último país. Semejante disparate, sólo se explica por un patológico prejuicio rayano en el desvarío.
Estos disparates son comunes a este tipo de gobernantes. Resulta curioso constatar que un tirano amigo del presidente Chávez, el iraní Mahmud Ahmadinejad, ha formulado acusaciones igual de extravagantes. El mes pasado denunció que los países europeos estarían produciendo artificialmente fenómenos atmosféricos que impedirían la generación de lluvias en Irán. Declaró que ellos “impiden a las nubes llegar a otros países, entre ellos Irán”, y laszonas más afectadas son aquellas situadas “en los países que más asustan a Occidente por su capacidad para iniciar civilizaciones y culturas influyentes”.
Mayores muestras de dislate no podrían concebirse, y todo en nombre del antiamericanismo.
Así, toda la conducta nacional e internacional del gobierno de Chávez se ha orientado al propósito presunto de combatir, con profusa retórica, por supuesto, al imperialismo.
Para Chávez, la prioridad es derrotar a como dé lugar a ese enemigo y los que considera sus lacayos en el ámbito nacional e internacional, a quienes llama apátridas, oligarcas traidores, pitiyanquis, entre otras lindezas.
Sin embargo, paradójicamente, Chávez no ha dejado de suministrar petróleo a su archienemigo, aunque en los últimos años haya bajado las exportaciones a ese país, y aumentado las que se dirigen a un poder emergente al que el gobierno venezolano le ha entregado hasta los calzoncillos: China.
Ni siquiera las sanciones aprobadas por el Departamento de Estado de EEUU contra PDVSA, por haber comerciado con un país sobre el cual pesan graves sanciones del Consejo de Seguridad de las NNUU, han variado las entregas de crudo a EEUU. Aparte de la protesta por tales medidas, de la inflada retórica patriotera y de ridículas expresiones de repudio ante una supuesta soberanía mancillada, el gobierno venezolano no ha cortado el suministro de petróleo y sigue manteniendo las relaciones comerciales con su enemigo.
No obstante, esta confrontación verbal de más de una década, refleja un hecho innegable: el gobierno bolivariano ha cambiado las tradicionales opciones estratégicas de Venezuela en materia de política exterior, y se ha echado en brazos de los que él considera enemigos de EEU, en general, gobernantes impresentables.
Venezuela siempre mantuvo relaciones cordiales con EEUU desde comienzos del siglo XIX, a pesar de ciertos desencuentros puntuales y pasajeros que nunca llegaron a quebrantar el vínculo que a ambas naciones interesaba mantener.
Rómulo Betancourt, refiriéndose a la realidad del hemisferio, decía que había un gigante en la familia, pero “ni el gigante, ni los otros miembros tienen la culpa, los hechos son inescapables”. Para el político venezolano, ésa era la realidad con la que había que convivir, sin que esto significara que los demás países del hemisferio no buscarán su desarrollo, bienestar y justo lugar en el concierto de las naciones, todo con base en el respeto mutuo y el acatamiento a los principios del derecho internacional.
EEUU es la potencia económica, militar y tecnológica más grande de la tierra, lo que probablemente no será siempre así. Estamos conscientes de lo que esa nación representa no solo para nuestro hemisferio, sino para el mundo entero. Su ámbito de acción, intereses y responsabilidad son planetarios. Esta condición, por lo general, condiciona a ese país a adoptar conductas cuestionables, cosa que, por cierto, no ha escapado a la crítica de muchos norteamericanos de otros tiempos y de ahora.
Estas acciones del gobierno estadounidense no han sido acompañadas siempre por los latinoamericanos y éstos se lo han hecho saber en diversas ocasiones. Incluso, gobiernos democráticos venezolanos, en su momento, manifestaron sus desacuerdos frente a temas de mucha envergadura, no sólo los que afectaban directamente a nuestro país.
Pero de lo que se trata hoy es de buscar equilibrios posibles, de sostener una relación realista, de mutuo respeto y de madurez entre países que están interconectados en todos los aspectos de la vida. La política de la confrontación estéril, por tanto, no tiene sentido alguno. Se impone la convergencia porque ningún país tiene la posibilidad de afrontar solo los grandes retos del planeta.
EEUU es un país vecino del hemisferio, y a él nos unen lazos geográficos, históricos, valores fundamentales y muchos intereses comunes. Los destinos de todos los países de nuestro continente están ligados inexorablemente. Nos agrade o no, y desconocemos hasta cuándo, necesitamos a EEUU, incluso más de lo que él necesita de nosotros. Nuestros vínculos con otras regiones son muy importantes y habrá que ampliarlos progresivamente, pero aún deben madurar. Los establecidos con Norteamérica tienen una larga trayectoria y su significación y peso no tienen discusión.
Estamos condenados a convivir, integrarnos y a entendernos con EEUU, desde el ángulo del reconocimiento de las realidades mutuas, cada día menos diferenciadas. Es un imperativo histórico que nuestras relaciones se recreen, redimensionen y las asimetrías se vayan reduciendo; de allí que lo más realista sea poner todos los esfuerzos para sacar ventaja de los lazos que nos unen, para así crecer y desarrollarnos en armonía, equidad y paz.
Imagino que el senador Vasconcelos ya se habrá enterado también de que las duras exigencias de la revolución que encabeza Chávez contra el imperio del norte, le han impedido concretar su participación en el mencionado proyecto petroquímico, tan importante para la economía pernambucana. De seguro es la misma razón poderosa para no atender el anunciado con bombos y platillos gasoducto que iría desde nuestras playas caribeñas hasta la pampa argentina.
Pura retórica vacía, supuestamente integracionista, que a la hora de los hechos concretos se vuelve vapor fantasioso, inútil.
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