Guárico, igual que el resto de los estados visitados en este amplio recorrido que hacemos por Venezuela, está convertido en un desastre. Lo satisfactorio ha sido el reencuentro con viejos compañeros, amigos y familiares que se reincorporan con entusiasmo a esta cruzada por la libertad y la democracia. A los viejos problemas se agregan otros nuevos, tanto o más graves que los anteriores. La realidad guariqueña de hoy es infinitamente peor que cuando asumió el poder hace casi dos años. La inseguridad campea en las ciudades y en el campo. Crímenes horrendos estremecen la opinión regional con demasiada frecuencia. La vialidad urbana, troncal y las vías de penetración agrícola están destruidas. Los sistemas de salud y educación, no solamente no funcionan, sino que hasta la planta física es penosa. El deporte está en manos de activistas del oficialismo no aptos para la delicada misión que tienen.
En fin, esto es solo una parte. William Lara, el gobernador, es un azote contra la propiedad privada y enemigo jurado de los productores agropecuarios. Muchos han sufrido la apropiación indebida calificada de sus tierras y bienes, incluso con la amenaza de armas cortas y largas amparado con el uso y abuso de autoridades civiles y militares. El clima es grave. La tensión creciente y preocupante.
No tengo espacio para más, sólo señalaré dos serios problemas. Uno es el del narcotráfico. El consumo de drogas crece entre los jóvenes ante la indiferencia del régimen. El otro es la Penitenciaria General de Venezuela convertida, según afirman algunos directivos policiales, en centro de organización y dirección del crimen. Nadie se atreve a profundizar sobre el problema. El 26-S es fundamental.
Lunes, 6 de septiembre de 2010