Cuando Albert Einstein, en el exilio, daba clases en la Universidad de Princeton, uno de sus colegas le informó que ochenta científicos habían demostrado que su teoría de la relatividad era errónea. Einstein respondió de inmediato: “¿Para qué ochenta? Bastaría una persona para demostrar mi error.”
Así como una encuesta a numerosas personas nunca puede ser infalible, el exceso de información no supone necesariamente el pleno conocimiento de un hecho. Toda sociedad necesita conocerse a sí misma, saber que fuerzas y qué tendencias gravitan en su seno. De ahí la importancia de la función que cumplen las encuestas y los sondeos de opinión y el por qué, en los últimos años alcanzan, en el mundo, un desarrollo y un perfeccionamiento técnico muy notables. Las encuestas permiten a la sociedad, mirarse por dentro, y son, fuera de toda duda, buenas herramientas para muchas de las decisiones que las personas y las organizaciones de todo tipo adoptan día tras día, en el orden cultural, empresarial, productivo, comercial o, en función de cualquier otra iniciativa de interés social.
Si bien, una buena encuesta electoral es una minuciosa “fotografía” del estado de opinión publica en un momento determinado, deja por fuera la realidad política, es decir, por un lado, como realidad actualmente presente y, por el otro como realidad posible, como realidad que todavía no se ha hecho presente, pero que dadas las condiciones existentes, en un tiempo y situación dados, puede llegar a serlo e incluso es inevitable que llegue a serlo. Un sondeo de opinión pública sobre asuntos o hechos políticos refleja lo que piensa un número de individuos en un momento determinado, y hay casos en que ese estado se modifica en pocos días u horas
La historia, de forma inequívoca, con hechos, nos da a conocer elecciones presidenciales donde las encuestas no coincidieron con los resultados electorales. En 1993, en Gran Bretaña, el conservador John Major se alzó con un triunfo que ningún sondeo pudo prever. En España José María Aznar se impuso a Felipe González por una mínima diferencia, a pesar de que las encuestas le daban de 10 a 12 puntos. En 1990, en Nicaragua los sandinistas eran seguros ganadores, pero las votaciones llevaron a Violeta Chamorro a la presidencia con 14 puntos de ventaja. En el año 2002, a cuatro meses de las elecciones, Horacio Serpa aparecía con un 40 % de la intención de voto y Álvaro Uribe apenas llegaba al 5 %. Uribe ganó en la primera vuelta con el 53 % de los votos.
Con respecto a las recientes elecciones en Colombia, hay fundamentalmente dos factores que incidieron en la última semana para decantar la balanza a favor de Juan Manuel Santos. El primero, la firmeza y solidez de sus planteamientos y propuestas, en los tres últimos debates. Y, segundo, la actuación de Mockus, por ejemplo al afirmar que admiraba a Hugo Chávez, precisamente en el momento que éste, desde su programa, Aló Presidente, calificaba al candidato uribista de “mafioso y de “amenaza” para la región. A partir de ahí- para la mayoría de los colombianos- quedaron debidamente marcadas las definiciones y las distancias. Es vital que se le dé a los sondeos de opinión pública el valor que realmente tienen.
Así como una encuesta a numerosas personas nunca puede ser infalible, el exceso de información no supone necesariamente el pleno conocimiento de un hecho. Toda sociedad necesita conocerse a sí misma, saber que fuerzas y qué tendencias gravitan en su seno. De ahí la importancia de la función que cumplen las encuestas y los sondeos de opinión y el por qué, en los últimos años alcanzan, en el mundo, un desarrollo y un perfeccionamiento técnico muy notables. Las encuestas permiten a la sociedad, mirarse por dentro, y son, fuera de toda duda, buenas herramientas para muchas de las decisiones que las personas y las organizaciones de todo tipo adoptan día tras día, en el orden cultural, empresarial, productivo, comercial o, en función de cualquier otra iniciativa de interés social.
Si bien, una buena encuesta electoral es una minuciosa “fotografía” del estado de opinión publica en un momento determinado, deja por fuera la realidad política, es decir, por un lado, como realidad actualmente presente y, por el otro como realidad posible, como realidad que todavía no se ha hecho presente, pero que dadas las condiciones existentes, en un tiempo y situación dados, puede llegar a serlo e incluso es inevitable que llegue a serlo. Un sondeo de opinión pública sobre asuntos o hechos políticos refleja lo que piensa un número de individuos en un momento determinado, y hay casos en que ese estado se modifica en pocos días u horas
La historia, de forma inequívoca, con hechos, nos da a conocer elecciones presidenciales donde las encuestas no coincidieron con los resultados electorales. En 1993, en Gran Bretaña, el conservador John Major se alzó con un triunfo que ningún sondeo pudo prever. En España José María Aznar se impuso a Felipe González por una mínima diferencia, a pesar de que las encuestas le daban de 10 a 12 puntos. En 1990, en Nicaragua los sandinistas eran seguros ganadores, pero las votaciones llevaron a Violeta Chamorro a la presidencia con 14 puntos de ventaja. En el año 2002, a cuatro meses de las elecciones, Horacio Serpa aparecía con un 40 % de la intención de voto y Álvaro Uribe apenas llegaba al 5 %. Uribe ganó en la primera vuelta con el 53 % de los votos.
Con respecto a las recientes elecciones en Colombia, hay fundamentalmente dos factores que incidieron en la última semana para decantar la balanza a favor de Juan Manuel Santos. El primero, la firmeza y solidez de sus planteamientos y propuestas, en los tres últimos debates. Y, segundo, la actuación de Mockus, por ejemplo al afirmar que admiraba a Hugo Chávez, precisamente en el momento que éste, desde su programa, Aló Presidente, calificaba al candidato uribista de “mafioso y de “amenaza” para la región. A partir de ahí- para la mayoría de los colombianos- quedaron debidamente marcadas las definiciones y las distancias. Es vital que se le dé a los sondeos de opinión pública el valor que realmente tienen.
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