La decisión, tan irreflexiva como perjudicial, de recortar el horario de los centros comerciales muestra una vez más las principales carencias de una forma de gobernar. La obsesiva prioridad política desatiende la administración. La fantasía ideológica marca una agenda separada de la vida real. Se menosprecian el conocimiento, la experiencia y la realidad. Se improvisa, creando nuevos problemas que obligan a contramarchas y remiendos que producen más confusión. Pero todo eso es parcial y secundario, derivado de la característica, del rasgo definitorio del sistema que se pretende establecer: se ha concentrado el poder en una persona cuya pretensión es decidir acerca de todo y de modo inapelable, una persona que tiene una noción ilimitada de su misión, de su capacidad y de su voluntad, para la cual no acepta linderos de competencia ni de tiempo, ni siquiera de fronteras nacionales, y cuya creencia en sí mismo es alimentada día a día por una maquinaria adulatoria, un culto a la personalidad sin precedentes en Venezuela, que como toda operación de halago tiene componentes de fingimiento y de manipulación del propio adulado.
El recorte horario que se resolvió a la brava, sin adecuado estudio de la medida y sus consecuencias, sin darse cuenta de los perjuicios que causaba en la vida de muchas personas, pretende ser una respuesta a la ausencia de decisiones oportunas en el sector eléctrico, agravada por circunstancias sobrevenidas. Tales fueron la protesta, la confusión y el desconcierto, que en seguida hubo que corregirlo parcialmente y ahora el gobierno pretende presentar como mérito lo que es una consecuencia directa de su equivocación. Ante el impacto de su metida de pata, el Presidente resolvió esconderse, como el muchacho que se da cuenta de las implicaciones de su travesura y no se deja ver para eludir el castigo. Probablemente dará la cara cuando la gente no esté tan brava, ahorita que paguen otros. Entonces puede que admita su error o que le eche la culpa a alguien o a algo, como la naturaleza, el imperio, la cuarta república.
En cuanto al caso en particular, la decisión improvisada no tomó en cuenta la función que los centros comerciales cumplen en nuestras ciudades. Son la calle real de la Venezuela contemporánea. Ahí están bancos y agencias de servicios, estacionamientos, supermercados y panaderías. Allí va la gente a comprar, a ir al cine, a encontrarse, a pasar el rato, a comer, a divertirse, porque siente una relativa seguridad que la calle no le da. En sus instalaciones quedan también oficinas, consultorios, locales educacionales. Puede que los jerarcas, alejados de la vida del venezolano común, no sepan que eso es así, pero tampoco les importa demasiado. Habitan el planeta del socialismo del siglo XXI, donde todo eso es insignificante ante la gesta histórica de construir “la máxima felicidad posible”. Y el que se dé cuenta no se atreve a decirlo, porque no puede llevar la contraria al jefe.
En cuanto al sector eléctrico, desde hace tiempo se venían escuchando advertencias de voces autorizadas. Planteada la crisis, diversos sectores han presentado opciones de respuesta inmediata, así como de soluciones a plazo mediano y largo.
Opiniones bien razonadas de actores profesionales, empresariales y políticos. Ninguna ha sido aprovechada, ni siquiera escuchada, tampoco rebatida. Todas ellas han sido desatendidas por el gobierno. Y las desatiende por diseño: nadie fuera de la revolución puede tener razón.
Es el mismo modo de gobernar que produce la inflación más alta de América Latina, el cierre de industrias, la caída en la producción agrícola, la inseguridad de vidas y bienes, la pérdida de empleos productivos, el gasto en otros países de millones de dólares que hacen falta aquí.
No nos engañemos, así no se puede, ese modo de gobernar es inviable.
GUAYANA, ALERTA ROJA
El gobierno parece incapaz de conseguir maneras de hacer que las industrias básicas funcionen. Buena parte de los problemas son consecuencia de decisiones suyas. Se quejan trabajadores y empresarios. La directiva de SUTISS dice que sólo operan dos de los doce hornos de SIDOR. La parada impactaría el 80% de la cadena productiva. La Cámara de Industriales Mineros advierte que “los efectos serán demoledores”. La cosa es muy seria en Ferrominera e incluso en Venalum, donde se han cerrado 320 celdas de producción.
El recorte horario que se resolvió a la brava, sin adecuado estudio de la medida y sus consecuencias, sin darse cuenta de los perjuicios que causaba en la vida de muchas personas, pretende ser una respuesta a la ausencia de decisiones oportunas en el sector eléctrico, agravada por circunstancias sobrevenidas. Tales fueron la protesta, la confusión y el desconcierto, que en seguida hubo que corregirlo parcialmente y ahora el gobierno pretende presentar como mérito lo que es una consecuencia directa de su equivocación. Ante el impacto de su metida de pata, el Presidente resolvió esconderse, como el muchacho que se da cuenta de las implicaciones de su travesura y no se deja ver para eludir el castigo. Probablemente dará la cara cuando la gente no esté tan brava, ahorita que paguen otros. Entonces puede que admita su error o que le eche la culpa a alguien o a algo, como la naturaleza, el imperio, la cuarta república.
En cuanto al caso en particular, la decisión improvisada no tomó en cuenta la función que los centros comerciales cumplen en nuestras ciudades. Son la calle real de la Venezuela contemporánea. Ahí están bancos y agencias de servicios, estacionamientos, supermercados y panaderías. Allí va la gente a comprar, a ir al cine, a encontrarse, a pasar el rato, a comer, a divertirse, porque siente una relativa seguridad que la calle no le da. En sus instalaciones quedan también oficinas, consultorios, locales educacionales. Puede que los jerarcas, alejados de la vida del venezolano común, no sepan que eso es así, pero tampoco les importa demasiado. Habitan el planeta del socialismo del siglo XXI, donde todo eso es insignificante ante la gesta histórica de construir “la máxima felicidad posible”. Y el que se dé cuenta no se atreve a decirlo, porque no puede llevar la contraria al jefe.
En cuanto al sector eléctrico, desde hace tiempo se venían escuchando advertencias de voces autorizadas. Planteada la crisis, diversos sectores han presentado opciones de respuesta inmediata, así como de soluciones a plazo mediano y largo.
Opiniones bien razonadas de actores profesionales, empresariales y políticos. Ninguna ha sido aprovechada, ni siquiera escuchada, tampoco rebatida. Todas ellas han sido desatendidas por el gobierno. Y las desatiende por diseño: nadie fuera de la revolución puede tener razón.
Es el mismo modo de gobernar que produce la inflación más alta de América Latina, el cierre de industrias, la caída en la producción agrícola, la inseguridad de vidas y bienes, la pérdida de empleos productivos, el gasto en otros países de millones de dólares que hacen falta aquí.
No nos engañemos, así no se puede, ese modo de gobernar es inviable.
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