¿En dónde está el infierno? Esta no es una pregunta meramente académica. Sin duda, para una gran cantidad de gente que (justificadamente) tiene la convicción de que es muy probable que su destino final sea el infierno, la cuestión es más que interesante.
Por supuesto, la descripción más detallada del infierno la ofrece Dante en la primera parte de la Divina Comedia. El poeta informa allí sobre los nueve círculos de ese terrorífico lugar. El autor aprovecha su escrito para ubicar en el infierno a todos sus enemigos políticos o académicos. La idea no es mala, si nos imagínanos una nueva edición venezolana en qué los círculos estarían poblados por funcionarios públicos, diputados, ministros, jueces y políticos corruptos, sometidos a distintas penas.
Pero a la Divina Comedia le falta lo más importante; la indicación de cómo llegar hasta ese ominoso país. Dante cuenta que se extravió en una noche oscura, pero no hay más datos. El que se muera y tenga que ir allí, seguramente llegará. Pero el que quiera hacer turismo, un verdadero turismo de aventura, se quedará sin saber cómo acceder a ese sitio.
Hay otro intento de descripción. La cosa es sorprendente y extraordinaria, pues ahora se trata nada menos que de Newton, quien, con Einstein, es considerado como lo más inteligente y genial en la historia de la ciencia. Pero él se dedicó a las tareas científicas sólo una parte de su vida. Le interesaba, entre otras cosas, la teología, y en sus últimos años escribió un pequeño ensayo titulado Geografía del Infierno. Menos importante que el discurso de Dante, adolece del mismo defecto: no indica cómo llegar a ese lugar.
Pero la cuestión vino a quedar solucionado por los dichos de Juan Pablo II sobre este asunto. En su opinión, el infierno no es ningún lugar. Las descripciones de Dante y Newton son fruto de tendencias exageradamente antropomórficas. Lo cierto es que no se concibe a Dios creando un lugar de salvajes castigos. El dolor infernal es otra cosa: es la plena conciencia de no haberse logrado ni ética ni espiritualmente, y comprender que uno ha sido el productor de fracasos e injusticias. Este punto de vista es más apropiado, y parece formar parte de ciertas importantes reivindicaciones históricas y teológicas como la revisión del proceso de Galileo o el reconocimiento de la cientificidad de la teoría de Darwin.
Sin embargo, hay que reconocer que es grande la tentación de pensar que el infierno es un lugar. Quizás sea exagerado, pero cuando pienso en la patética situación que plantea hoy día Venezuela, con un régimen político represivo, donde la voluntad de un autócrata es la ley, la idea no parece descabellada.
SIXTO MEDINA
sxmed@hotmail.com
ENVIADO A NUESTROS CORREOS RECOMENDANDO PUBLICACION
ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO,POLÍTICA, INTERNACIONAL, INFIERNO
Por supuesto, la descripción más detallada del infierno la ofrece Dante en la primera parte de la Divina Comedia. El poeta informa allí sobre los nueve círculos de ese terrorífico lugar. El autor aprovecha su escrito para ubicar en el infierno a todos sus enemigos políticos o académicos. La idea no es mala, si nos imagínanos una nueva edición venezolana en qué los círculos estarían poblados por funcionarios públicos, diputados, ministros, jueces y políticos corruptos, sometidos a distintas penas.
Pero a la Divina Comedia le falta lo más importante; la indicación de cómo llegar hasta ese ominoso país. Dante cuenta que se extravió en una noche oscura, pero no hay más datos. El que se muera y tenga que ir allí, seguramente llegará. Pero el que quiera hacer turismo, un verdadero turismo de aventura, se quedará sin saber cómo acceder a ese sitio.
Hay otro intento de descripción. La cosa es sorprendente y extraordinaria, pues ahora se trata nada menos que de Newton, quien, con Einstein, es considerado como lo más inteligente y genial en la historia de la ciencia. Pero él se dedicó a las tareas científicas sólo una parte de su vida. Le interesaba, entre otras cosas, la teología, y en sus últimos años escribió un pequeño ensayo titulado Geografía del Infierno. Menos importante que el discurso de Dante, adolece del mismo defecto: no indica cómo llegar a ese lugar.
Pero la cuestión vino a quedar solucionado por los dichos de Juan Pablo II sobre este asunto. En su opinión, el infierno no es ningún lugar. Las descripciones de Dante y Newton son fruto de tendencias exageradamente antropomórficas. Lo cierto es que no se concibe a Dios creando un lugar de salvajes castigos. El dolor infernal es otra cosa: es la plena conciencia de no haberse logrado ni ética ni espiritualmente, y comprender que uno ha sido el productor de fracasos e injusticias. Este punto de vista es más apropiado, y parece formar parte de ciertas importantes reivindicaciones históricas y teológicas como la revisión del proceso de Galileo o el reconocimiento de la cientificidad de la teoría de Darwin.
Sin embargo, hay que reconocer que es grande la tentación de pensar que el infierno es un lugar. Quizás sea exagerado, pero cuando pienso en la patética situación que plantea hoy día Venezuela, con un régimen político represivo, donde la voluntad de un autócrata es la ley, la idea no parece descabellada.
SIXTO MEDINA
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