Saben que en lo que escribo trato de utilizar un estilo moderado. Pero en esta ocasión espero que sientan la crispación de mi relato, porque viene de adentro, del ultraje vivido, y eso no se puede contar con cabeza fría.
Alrededor de las 4 de la tarde del día de hoy (05-02-09), los profesores que trabajábamos en las jornadas de transformación curricular vimos correr a todos los que se encontraban frente a las ventanas, en carreras desordenadas como de aquel que no sabe si buscar refugio o escapatoria.
De inmediato abandonamos nuestra tarea, y al salir del salón donde nos encontrábamos, entre los gritos de alarma, pudimos escuchar las explosiones sordas de los niples y las más secas de las bombas trifásicas de “gas del bueno”. Algunos decidieron escapar de inmediato por la puerta trasera del instituto, otros corrimos hacia la entrada, y allí pudimos sentir de cerca el caos.
Los portones de la entrada delantera de la Upel estaban cerrados. Del lado de adentro un grupo de estudiantes lanzaba piedras hacia fuera, donde se encontraban, lado a lado, juntos en una sola formación, unos 30 policías motorizados y unos 50 individuos ataviados con franelas rojas con el lema “Dile Sí a la enmienda”. Este batallón (tal como le gusta llamarlos nuestro presidente) lanzaba tanto piedras como bombas lacrimógenas hacia dentro del recinto universitario. Aclaro: los policías, al lado de los Franelas Rojas y junto con ellos, tomaban piedras del suelo y las arrojaban hacia adentro, y después salpicaban la acción con gas del bueno, para crear ambiente.
Súbitamente, al batallón atacante se cansó el jueguito inocente de toma y dame, y decidieron dar un paso al frente. Los policías embistieron los portones con sus motos, y una vez que los goznes cedieron, los Franelas Rojas se encargaron de terminar de derribarlos, encaramándose sobre ellos entrando con piedras en las manos, furia desencajada en el rostro y apoyo policial en la retaguardia. La escena me recordó, no sé por que, al Planeta de Los Simios. Quizá por la agresividad animal, y que me perdonen los gorilas, que suficientes ceniceros han puesto a la causa de los derechos de los animales.
Todos los que estábamos enfrente de la escena tuvimos de nuevo la confusa disyuntiva: ¿Buscar una salida o refugiarnos? Desafortunadamente, unas 50 personas decidieron entrar al edificio de la Dirección del instituto. Fui de los últimos en entrar, y detrás de mí, a tan sólo 10 metros, pude ver el unísono salvaje de la horda.
Cuando cerramos las rejas de metal del recinto comenzaron a llover las piedras y las bombas lacrimógenas. El estado de sitio comenzaba.
Durante por lo menos 1 hora estuvimos atrapados dentro del edificio. Los Franelas Rojas lo rodearon por todos los flancos, y la lluvia de peñones y bombas lacrimógenas contaba la historia de un ataque muy bien planificado, con relevo estratégico de municiones y organización terrorista perfecta. El ataque intenso no dejó ventana ilesa. Los computadores de las oficinas, fueron, afortunadamente, los únicos que dejaron su alma de unos y ceros como víctimas fatales. Pero la intensa nube de gas mostaza y la rabia psicopática de los atacantes nos hizo temer por nuestras vidas. Asfixia o contusión podrían haber sido las conclusiones forenses. Sin embargo, en los espíritus, no era el pánico el que cundía. Indignación, asombro e impotencia eran las emociones más fuertes.
El celular, instrumento tecnológico maravilloso para los desesperados, nos sirvió para ponernos en contacto con los seres queridos, para que compartieran nuestra zozobra, sobre todo cuando nos preguntaban qué podían hacer por nosotros… Ese era el quid del asunto: si la policía estaba ahí mismo, a 10 metros de la agresión infame ¿Quién podía ayudarnos? Desesperados, como quién espera un mal resultado que no tarda en llegar, nos desplazábamos por los pasillos, entrábamos en las oficinas despanzurradas, subíamos y bajábamos escaleras, como ratones de un triste experimento.
Cuando sentimos disminuir el tronar de las rocas nos acercamos a las ventanas, y vimos a los Franelas Rojas retroceder lentamente, la expresión de furia salvaje trocada en sonrisa satisfecha. Salimos rápidamente del edificio y los vimos alejarse tranquilamente de la universidad, mientras lanzaban las piedras que le quedaban sobre los autos que estaban a su paso (unos 15 carros quedaron seriamente dañados), abandonar la universidad por la puerta grande, bajo la mirada orgullosa de los policías apostados delante de ellos.
El resto ocurrió con milimetrada precisión. Apareció un autobús en el que se subió la horda y partió con cánticos de júbilo. Los policías arrancaron justo detrás de ellos, y dos minutos después, la Avenida
Las Delicias, que había estado cerrada hasta ese momento, se llenó de automóviles que pasaban delante como si nada hubiera ocurrido.
Miembros de mi familia, chavistas ultra, me explicaron lo ocurrido con los siguientes argumentos, (que quiero tratar de desmontar, porque supongo que serán los mismos que utilizará el gobierno):
Los Rojos son miembros de la ultraderecha-radical-pitiyanqui-imperialista golpista-oligarca-burguesa-puntofijista-puertoriqueña-fascista, que quieren sembrar el caos en el país para evitar la victoria aplastante del Sí. Bueno, digamos que esto pueda ser cierto (con mucha imaginación sesgada por el fanatismo ideológico). Pero hay algo que no cuadra aquí… ¿Cómo pueden haber hecho lo que hicieron (su plan para sembrar el caos en el país) bajo la mirada complaciente de 30 policías fuertemente armados, a las órdenes del Teniente Isea?
La policía no pudo hacer nada porque no pueden violar la autonomía universitaria. Aquí también hay un problema. ¿No es violar la autonomía universitaria tumbar el portón de la entrada? ¿No es violar la autonomía universitaria lanzar piedras y bombas lacrimógenas codo a codo con las hordas de Franelas Rojas?
La policía no intervino porque era un asunto entre estudiantes. No, tampoco me cuadra. ¿Puede un policía observar un crimen, donde sea que esto ocurra, y no detener a los que lo cometieron, por lo menos para preguntarles por qué son tan malitos? ¿Puede un policía abandonar un lugar donde se cometió un salvaje atropello sin siquiera preguntar si alguien necesita ayuda, sin solicitar un permiso de entrada para recoger evidencia de lo ocurrido?
En última instancia, al Gobierno Bolivariano no le conviene la violencia en un período electoral, por tanto, no tienen nada que ver con el ataque. No me hagan reír que tengo el labio partido. El lenguaje de nuestro presidente es lenguaje de guerra (la palabra “guerra” dicen los analistas del discurso que hacen la inimaginablemente insufrible labor de estudiar la verborragia del presidente, se repite un poco más que la palabra “yo”, cosa que, en un ego tan hipertrofiado, es asombrosa). Yo no creo que sea un problema de conveniencia, sino un problema de estilo. Al presidente le interesa bien poco los resultados electorales, las “victorias de mierda” que pueda alcanzar la oposición. Lo suyo es la hegemonía del poder a través del abuso, la agresión, la violación y el terrorismo de Estado.
Como les dije, la cosa no iba suave. Perdón por el asco.
Alrededor de las 4 de la tarde del día de hoy (05-02-09), los profesores que trabajábamos en las jornadas de transformación curricular vimos correr a todos los que se encontraban frente a las ventanas, en carreras desordenadas como de aquel que no sabe si buscar refugio o escapatoria.
De inmediato abandonamos nuestra tarea, y al salir del salón donde nos encontrábamos, entre los gritos de alarma, pudimos escuchar las explosiones sordas de los niples y las más secas de las bombas trifásicas de “gas del bueno”. Algunos decidieron escapar de inmediato por la puerta trasera del instituto, otros corrimos hacia la entrada, y allí pudimos sentir de cerca el caos.
Los portones de la entrada delantera de la Upel estaban cerrados. Del lado de adentro un grupo de estudiantes lanzaba piedras hacia fuera, donde se encontraban, lado a lado, juntos en una sola formación, unos 30 policías motorizados y unos 50 individuos ataviados con franelas rojas con el lema “Dile Sí a la enmienda”. Este batallón (tal como le gusta llamarlos nuestro presidente) lanzaba tanto piedras como bombas lacrimógenas hacia dentro del recinto universitario. Aclaro: los policías, al lado de los Franelas Rojas y junto con ellos, tomaban piedras del suelo y las arrojaban hacia adentro, y después salpicaban la acción con gas del bueno, para crear ambiente.
Súbitamente, al batallón atacante se cansó el jueguito inocente de toma y dame, y decidieron dar un paso al frente. Los policías embistieron los portones con sus motos, y una vez que los goznes cedieron, los Franelas Rojas se encargaron de terminar de derribarlos, encaramándose sobre ellos entrando con piedras en las manos, furia desencajada en el rostro y apoyo policial en la retaguardia. La escena me recordó, no sé por que, al Planeta de Los Simios. Quizá por la agresividad animal, y que me perdonen los gorilas, que suficientes ceniceros han puesto a la causa de los derechos de los animales.
Todos los que estábamos enfrente de la escena tuvimos de nuevo la confusa disyuntiva: ¿Buscar una salida o refugiarnos? Desafortunadamente, unas 50 personas decidieron entrar al edificio de la Dirección del instituto. Fui de los últimos en entrar, y detrás de mí, a tan sólo 10 metros, pude ver el unísono salvaje de la horda.
Cuando cerramos las rejas de metal del recinto comenzaron a llover las piedras y las bombas lacrimógenas. El estado de sitio comenzaba.
Durante por lo menos 1 hora estuvimos atrapados dentro del edificio. Los Franelas Rojas lo rodearon por todos los flancos, y la lluvia de peñones y bombas lacrimógenas contaba la historia de un ataque muy bien planificado, con relevo estratégico de municiones y organización terrorista perfecta. El ataque intenso no dejó ventana ilesa. Los computadores de las oficinas, fueron, afortunadamente, los únicos que dejaron su alma de unos y ceros como víctimas fatales. Pero la intensa nube de gas mostaza y la rabia psicopática de los atacantes nos hizo temer por nuestras vidas. Asfixia o contusión podrían haber sido las conclusiones forenses. Sin embargo, en los espíritus, no era el pánico el que cundía. Indignación, asombro e impotencia eran las emociones más fuertes.
El celular, instrumento tecnológico maravilloso para los desesperados, nos sirvió para ponernos en contacto con los seres queridos, para que compartieran nuestra zozobra, sobre todo cuando nos preguntaban qué podían hacer por nosotros… Ese era el quid del asunto: si la policía estaba ahí mismo, a 10 metros de la agresión infame ¿Quién podía ayudarnos? Desesperados, como quién espera un mal resultado que no tarda en llegar, nos desplazábamos por los pasillos, entrábamos en las oficinas despanzurradas, subíamos y bajábamos escaleras, como ratones de un triste experimento.
Cuando sentimos disminuir el tronar de las rocas nos acercamos a las ventanas, y vimos a los Franelas Rojas retroceder lentamente, la expresión de furia salvaje trocada en sonrisa satisfecha. Salimos rápidamente del edificio y los vimos alejarse tranquilamente de la universidad, mientras lanzaban las piedras que le quedaban sobre los autos que estaban a su paso (unos 15 carros quedaron seriamente dañados), abandonar la universidad por la puerta grande, bajo la mirada orgullosa de los policías apostados delante de ellos.
El resto ocurrió con milimetrada precisión. Apareció un autobús en el que se subió la horda y partió con cánticos de júbilo. Los policías arrancaron justo detrás de ellos, y dos minutos después, la Avenida
Las Delicias, que había estado cerrada hasta ese momento, se llenó de automóviles que pasaban delante como si nada hubiera ocurrido.
Miembros de mi familia, chavistas ultra, me explicaron lo ocurrido con los siguientes argumentos, (que quiero tratar de desmontar, porque supongo que serán los mismos que utilizará el gobierno):
Los Rojos son miembros de la ultraderecha-radical-pitiyanqui-imperialista golpista-oligarca-burguesa-puntofijista-puertoriqueña-fascista, que quieren sembrar el caos en el país para evitar la victoria aplastante del Sí. Bueno, digamos que esto pueda ser cierto (con mucha imaginación sesgada por el fanatismo ideológico). Pero hay algo que no cuadra aquí… ¿Cómo pueden haber hecho lo que hicieron (su plan para sembrar el caos en el país) bajo la mirada complaciente de 30 policías fuertemente armados, a las órdenes del Teniente Isea?
La policía no pudo hacer nada porque no pueden violar la autonomía universitaria. Aquí también hay un problema. ¿No es violar la autonomía universitaria tumbar el portón de la entrada? ¿No es violar la autonomía universitaria lanzar piedras y bombas lacrimógenas codo a codo con las hordas de Franelas Rojas?
La policía no intervino porque era un asunto entre estudiantes. No, tampoco me cuadra. ¿Puede un policía observar un crimen, donde sea que esto ocurra, y no detener a los que lo cometieron, por lo menos para preguntarles por qué son tan malitos? ¿Puede un policía abandonar un lugar donde se cometió un salvaje atropello sin siquiera preguntar si alguien necesita ayuda, sin solicitar un permiso de entrada para recoger evidencia de lo ocurrido?
En última instancia, al Gobierno Bolivariano no le conviene la violencia en un período electoral, por tanto, no tienen nada que ver con el ataque. No me hagan reír que tengo el labio partido. El lenguaje de nuestro presidente es lenguaje de guerra (la palabra “guerra” dicen los analistas del discurso que hacen la inimaginablemente insufrible labor de estudiar la verborragia del presidente, se repite un poco más que la palabra “yo”, cosa que, en un ego tan hipertrofiado, es asombrosa). Yo no creo que sea un problema de conveniencia, sino un problema de estilo. Al presidente le interesa bien poco los resultados electorales, las “victorias de mierda” que pueda alcanzar la oposición. Lo suyo es la hegemonía del poder a través del abuso, la agresión, la violación y el terrorismo de Estado.
Como les dije, la cosa no iba suave. Perdón por el asco.