miércoles, 11 de febrero de 2009

*EL ÉNFASIS SOSPECHOSO, ENRIQUE KRAUZE, ELPAÍS.COM, 04/02/2009

Hace cinco siglos que los judíos fueron expulsados de España, pero a veces pareciera que todavía ronda en España el fantasma del judío, no en las calles de Gerona o las sinagogas de Toledo, sino en el alma de algunos españoles en quienes persiste soterrado, inconfesable- el viejísimo prejuicio antisemita.

Israel no se ha propuesto exterminar a la población palestina Conviene aclarar, en negativo, qué entiendo por antisemitismo.

Criticar la fundación de Israel teniendo en cuenta el altísimo costo que tuvo que pagar desde entonces el pueblo palestino, no implica por fuerza un acto antisemita: historiadores israelíes de la corriente post-sionista han ejercido y documentado esa crítica.

Criticar la política exterior israelí en las últimas décadas conlleva aún menos una actitud antisemita: de hecho, los propios israelíes liberales y de izquierda han visto en los asentamientos un acto de ocupación inadmisible, cruel y, a fin de cuentas, contraproducente.

Criticar la reciente ofensiva israelí en Gaza tampoco supone albergar un prejuicio antisemita: existen argumentos serios contra su desproporción y una indignación general por el sufrimiento de la población civil. Ni siquiera criticar a "los judíos" supone necesariamente un reflejo antisemita: los fanáticos de la identidad suelen generalizar así sus antipatías, lo mismo contra "los judíos" que contra "los yanquis", "los chinos", "los sudacas" o "los gachupines".

Dicho todo lo cual, creo que a raíz de la guerra de Gaza afloraron dos actitudes preocupantes: una roza el antisemitismo, otra lo asume abiertamente.

La primera es la parcialidad noticiosa y editorial de algunos medios con respecto al tema, como si la ofensiva israelí se hubiese dado (casi) en el vacío, sin la provocación previa de los proyectiles de Hamás sobre el sur de ese país y la amenaza cierta de que en un futuro cercano cayeran sobre Tel Aviv.

Creo que no se documentó de manera suficiente el hecho (recogido con amplitud, por ejemplo, en el Corriere de la Sera) de que Hamás puso en posiciones de riesgo militar deliberado y forzado a su población civil.

Creo que ese énfasis condenatorio no se ha visto en otras tragedias: pienso en Chechenia, donde fueron torturadas y muertas decenas de miles de personas. La doble moral resulta inexplicable.

Nadie comparó entonces a los rusos con los nazis. Hubiera sido una infamia, a pesar de lo que hicieron en Chechenia. Y es que los rusos sufrieron indeciblemente a manos de los nazis. Los judíos aún más.

Otorgar a las víctimas la identidad de los victimarios es una perversidad moral.

Allí reside la segunda actitud, francamente antisemita.
Su expresión más socorrida es la amalgama de maldad: la equiparación (ostentada en las manifestaciones de Madrid y Barcelona) de la Esvástica con la Estrella de David, que a su vez supone la equiparación (formulada por varios importantes escritores y periodistas) de la tragedia de Gaza con el Holocausto.

Se trata de dos fenómenos distintos que por su magnitud y naturaleza no pueden ser homologables.

La amalgama de todos los males conduce a la banalización del mal: si 600 víctimas inocentes son lo mismo que seis millones (aunque la muerte de los seis o 600 sea claramente reprobable) el mal resulta relativo, el mal no importa. Pero aún más decisiva que la diferencia cuantitativa es la diferencia de sentido.

El Holocausto representó la voluntad (cumplida en un 50%) de exterminar un pueblo, de borrarlo, de tratar a niños, mujeres, ancianos como plaga y no como personas. Este exterminio no fue solamente un crimen contra los judíos sino contra el concepto mismo del ser humano. La inteligencia, la racionalidad y el lenguaje desaparecen si no suponemos una semejanza radical entre los hombres.

En el caso actual, son los fundamentalistas islámicos quienes reproducen el ánimo nazi: quieren borrar al otro, en Jerusalén, Nueva York, Madrid o Londres. Ni en esta ofensiva ni en ninguna otra, Israel se ha propuesto exterminar a la población palestina.

Según el Pew Research Center de Chicago, desde 2005 España es el país de Europa donde el prejuicio antisemita ha aumentado más aceleradamente: pasó del 21% al 46%. Según una encuesta realizada por el Observatorio Español de Convivencia Escolar, más de la mitad de los estudiantes de secundaria declararon que preferirían no sentarse junto a un joven judío en sus aulas.

La España tolerante y plural que ha otorgado el Premio Príncipe de Asturias a las comunidades que preservaron el legado de Sefarad no puede -sin negarse a sí misma- desdeñar esos datos sin hacer un análisis valiente y objetivo. Y la España democrática y moderna, que ha sido víctima reciente del terrorismo islámico, no puede ignorar -sin caer en la esquizofrenia- que Hamás busca la imposición de un régimen fundamentalista mientras que Israel es el único Estado democrático de la región.

¿Qué haría España, mutatis mutandis, en el caso, improbable pero no imposible, de que un triunfo generalizado del islam radical en el norte de África se tradujera en una amenaza sobre sus puertos mediterráneos bajo el pretexto teológico de recobrar el territorio de Al Andalus que fue suyo siete siglos?

En el tema judío, hay que volver a la tradición liberal de Benito Pérez Galdós, quien en tres novelas (Aita Tettauen, Misericordia y Gloria) mostró comprensión y compasión por el drama histórico del pueblo judío. Israel no es una nota al pie de página en ese drama. Israel es el corolario de ese drama. Si se acepta la legitimidad de su existencia (producto, no olvidemos, de las circunstancias sin precedente creadas por el Holocausto), debe admitirse también su derecho a vivir sin la amenaza cotidiana que ha pendido sobre sus habitantes.

Esa doble aceptación no implica, repito, justificar la política israelí de los últimos decenios. Pero sí implica mirar al conflicto en toda su diabólica complejidad, distinguir la responsabilidad de ambos bandos, y dar a los muertos israelíes el mismo peso que los muertos palestinos.

Implica evitar la inmoral referencia al Holocausto y exorcizar el fantasma del judío para poder verlo como los nazis y los fundamentalistas no lo ven: como un ser humano.

*Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres

*CONSOLIDAR LA UNIDAD DEMOCRÁTICA, OSWALDO ALVAREZ PAZ, DESDE EL PUENTE, 09.02.209

Venezuela esta próxima a sucesos que condicionarán su existencia por mucho tiempo. La votación del próximo 15-F es una oportunidad para iniciar la reversión hacia lo positivo las negativas tendencias de esta década. No somos ingenuos. Conocemos la magnitud de los peligros existentes antes, ese día y en los inmediatamente posteriores. La maquinaria del fraude está montada. También los esquemas de represión y violencia personal e institucional para imponer la voluntad reeleccionista del Presidente. Más que la democracia es la República lo que está en peligro. Lo primero ha venido desapareciendo gracias al golpe de estado de ejecución progresiva del estado-gobierno en contra de la nación que deberían representar. Lo segundo ha sido más sutil, pero eficiente en la destrucción de la estructura institucional y de las bases jurídicas y políticas que le han servido de fundamento. Venezuela vive al borde del abismo. Hasta los más idiotas entienden que el odio y la división conducen a la guerra. Soy uno de los que creen que ya empezó, aunque su verdadera naturaleza sea difícil de precisar.

Sin embargo, la sociedad democrática ha madurado. Está más unida y mejor preparada que en los procesos anteriores para enfrentar los peligros y derrotarlos en nombre del cambio anhelado. Hay convicción, mística, conciencia de la urgencia para resolver el caos. Esta semana será terrible con relación a la guerra de encuestas, a las acciones abiertas y encubiertas en contra de la unidad democrática, a las campañas de rumores y desinformación para confundir. Pero, ni estas cosas, ni muchas otras, podrán detener la voluntad general de la nación de pronunciarse masivamente a favor del NO que identifica a quienes quieren ponerle punto final a lo actual. Esto incluye a unos cuantos millones de personas decepcionadas de Chávez que abandonan, activa o pasivamente, las organizaciones oficialistas o que, simplemente, están frustradas por el fracaso del régimen, hartos del disimulo y la mentira, de la verborrea inútil del “comandante” y, en fin, fatigados de esta farsa de la que solo recuerdan la ineficacia y la corrupción como estilo de gobierno. La unidad democrática es mucho más que la unión de grupos opositores para un acto de votación. El domingo puede concretarse el inicio de la reconciliación de Venezuela consigo misma.

En la calle hay decepción. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. El NO del 15-F será un castigo moral y político a la felonía, a la cobardía y a la traición. La esencia de nuestro planteamiento es la unidad. Construir una síntesis diferente y superior a cuanto existe. Levantar una gran causa a la cual servir, una gran verdad que sirva de norte a un pueblo entero. No puede ser un proyecto personalista ni personal. Hay que acabar con todos los “Mesías” potenciales o reales, sin desconocer la fuerza de los liderazgos honestos existentes. Todos a votar NO y a defender la voluntad popular.

oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 9 de febrero de 2009