jueves, 8 de enero de 2009

*REALIDAD Y RETO, PEDRO PAÚL BELLO, TOMADO DE LA RED, 08/01/2009

En 1888, en Plettenberg de Renania, Alemania, y en el seno de una familia católica, nace Carl Schmitt: Jurista, pensador y estudioso de la Ciencia Poítica, su interés se fijó en el conflicto social y, de manera particular, en lo que concierne a la guerra. Elaboró una teoría del Estado y de la Constitución y, en la linea de Jean Bodin, sostuvo que la soberanía del Estado no puede ser sino absoluta, para ser Estado autónomo y que esta autonomía sólo es posible en la medida en que, más allá y por encima de la norma jurídica, el Estado realice acciones que prueben esa su soberanía. Pero "la soberanía es absoluta o no es" (Hobbes).

Profesor en la Universidad de Berlín, en 1933 Schmitt se integra al Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores (NSDAP) de Hitler, en el que se le designó como consejero político. Posteriormente Hermann Göering le hizo Consejero de Estado.

Como para Schmitt la acción política consistía fundamentalmente en decisión, concluyó en la necesidad de establecer un poder de decisión que condujera la guerra interna. En efecto, el pensamiento de Schmitt estaba también muy influenciado por el de Hobbes. Por eso, su interés en la guerra interna o civil, que se genera a partir de los intereses siempre contradictorios de los ciudadanos.

De allí igualmente, que sostenga que todo lo político es polémico: Todo lo político es antagónico y generador de conflicto. El conflicto que genera lo político será siempre confrontación "amigo-enemigo" que, en todo momento, significa posibilidad de guerra. Del lado del Estado -que Schmitt prácticamente indentificaba con lo político- lo esencial es decidir sobre la emergencia. Es decir, decretar estado de emergencia para suspender la ley y usar la violencia necesaria para mantener el poder (clara inspiración en Maquiavelo).

Escribió el Dr. Tulio Álvarez, en su reciente libro "La Reelección Indefinida. Camino a la Violencia"[1]: "Chávez Frías ha citado varias veces a Carl Schmitt, en esa subespecie de ensalada intelectual que lo caracteriza. Tal cita refleja que alguien se lo explicó y él lo entendió, además lo utiliza".[2] Es posible que haya sido Ceresole. En todo caso, cualquier observador interesado puede fácilmente comprobar -por ejemplo en una hemeroteca- de qué manera y en cuán alto grado, el presidente venezolano acude a lenguajes, actitudes, incitaciones, amenazas, instrucciones, arengas y demás elementos del género, para expresar su pensamiento y defender su gestión política: Revolución armada, liquidar, eliminar, disolver, aniquilar, pulverizar, etc., son verbos siempre presentes en la mente y en la boca presidenciales. ¿Por qué?

¿Porque es militar?: No. Todos conocemos a muchos militares que no utilizan constantemente ese lenguaje. Hemos tenido presidentes militares que no lo han hecho. El Gral. López Contreras, por caso, lejos de hablar de violencias guerreras, hizo famosa su expresión "calma y cordura". Tampoco el Gral. Medina Angarita, siempre cordial y democrático. Ni el V.A. Wolfgang Larrazabal. Ni siquiera quienes fueron dictadores, como Gómez, quien pecaba de parco y jamás amenazaba; y tampoco Pérez Jimenez. Ambos actuaban, pero en silencio. De manera que ello no es inherente a la condición militar ni al ejercicio del poder, sea democrático o no.

¿Entonces, por qué?

Seguramente porque asimiló parte del pensamiento de Schmitt y lo integró en su manera psíquica de ser...

En el pensamiento de Schmitt es fundamental la idea según la cual lo político genera conflicto que siempre se expresa en confrontaciones amigo v.s. enemigo. Enemigo -lo ha expresado el presidente venezolano- será "todo aquél que está en mi contra", mientras que, amigo, será "todo aquél que está conmigo" y, por la experiencia de otros, podemos añadir "mientras no me moleste".

Hay una muy interesante e importante explicación de la conducta del avaro y del tirano, uno de cuyos cultores en Venezuela ha sido el Dr. Ernesto Mayz Vallenilla, eximio filosofo nacional. En apretado resumen general consiste en lo siguiente:

El hombre es un ser finito. Por tanto, es límitado y carente. Todos –o casí todos los humanos- tenemos conciencia de nuestra finitud. Finitud en el tiempo porque esta vida que tenemos necesariamente termina. Finitud en nuestra modo de existir, porque tenemos límites: nuestro cuerpo define nuestra frontera y nos separa de lo que no somos, esto es, de todos los entes (cosas, vegetales, animales, humanos) que nos rodean y que están en nuestro mundo que se constituye en horizonte de sentido. Frente a esta realidad hay sólo dos actitudes: aceptar la finitud o rechazarla, negarla y no aceptarla.

La aceptación de la finitud invoca -eo ipso- orientar la existencia por la vía de la voluntad de amor. Cuando la acepto, el mundo que me rodea y los entes que están allí no son mis enemigos: antes por el contrario, son fuente indispensable de mi desarrollo personal, de mi realización como persona humana. Tales entes, en toda su variedad, me complementan en la medida en que no soy ellos: me alimentan material y espiritualmente. La relación de complementación es fuente de paz, de armoniosa relación con todos los entes que están en mi mundo que es mi horizonte de sentido.

Por el contrario, la no aceptación de la finitud invoca, necesariamente, el conflicto con los entes que están mi mundo; en el mundo. Esa actitud encamina, inexorablemente, la existencia de la persona por la vía de la voluntad de dominio que es la opuesta a la de la voluntad de amor.

En esta segunda vía, puede haber dos modalidades que se presentan bien sea separadas o bien sea unidas: Una primera modalidad tipifica la figura del avaro. Detesta las cosas, los entes que le rodean porque su sola presencia es, precisamente, prueba de su finitud. En efecto, en la medida en que existen, si soy avaro, me están demostrando permanentemente que soy finito: Son lo que no soy, por tanto, que tengo límites. Mis límites están determinados por mi cuerpo. El cuerpo define mi frontera:: aquéllo hasta donde yo soy. Hasta donde llego. La salida es borrar los límites que impone lo Otro. Pero ¿cómo hacerlo? Simplemente, mediante su aniquilamiento. Pero, "al no serle realizable la aspiración de destruir todo lo que el sujeto humano no es, intenta otro procedimiento: el de ejercer sobre ello un dominio o dominación tal, que, aparantemente, haga desaparecer sus confines o límites"[3]: apropiarse de todo Ese dominio destructivo es ilusorio; un autoengaño. Pero, en su ilusión falsa, la persona se dispersa en la multitud de cosas poseídas que acumula sin cesar; se aliena confundida en el indefinido y amorfo amontonamiento de las entidades cuantificables y, en el engaño de sentir que se expande infinitamente su realidad personal. De esta forma se cosifica en las cosas que posee. La posesión se falsifica y, en vez de obrar para el más ser, se hace un nudo tener por el más tener.

Identica es la modalidad orientada por el poder: los sujetos dominados son falsamente percibidos como extensión infinita de la propia realidad. Nuevamente surge el conflicto y la aspiración de destruir a estos sujetos humanos para borrar la prueba de la propia finitud que, para el enajenado, ellos significan. Como no puede destruir a todos, el sucedáneo es dominarlos, someterlos absolutamente, despojarlos de su libertad externa y, cuando posible, de su existencia. Fue el terrible caso del nazismo y el holocausto, conducido por Adolfo Hitler, en campos de concentración y hornos crematorios.

En ambas modalidades, la personalidad de quien niega la finitud supone un egocentrismo, tal, que el enajenado se siente dios dueño del mundo. En la fase terminal de su enfermedad, niega toda realidad. Su palabra se transforma en caos de contradicciones e incoherencias: los fracasos los identifica como éxitos; la ruina como riqueza.

A los médicos psiquiatras corresponde el diagnosticar situaciones y casos concretos. No lo soy; por tanto, no pretendo hacerlo.

En la difícil coyuntura por la que atraviesa el país, sólo puedo opinar como observador político. Constato que el timonel ha perdido el rumbo y que nuestro porvenir es incierto. La propuesta de reelección, en la práctica indefinida, y ahora complementada con la extensión general de su alcance a todos los cargos de elección popular, aparte de ser una evidente y constatable contradicción del proponente, quien ahora desdice lo que antes dijo y, al margen de su palmaria inconstitucionalidad por razones de todos conocidas, se me antoja como evento final precipitado del desarrollo del llamado "`proceso". En razón de la crisis económica mundial, para el proponente es un "ahora o nunca". Para la salud del país también lo es. Si la crisis lo alcanza sin haber obtenido su propósito, seguramente que no habrá mañana para él. Por eso su empeño obsesivo: lograrlo, y lograrlo ya. Lograrlo ya, como sea.

El país democrático, por su parte, está a punto de encarar lo que parece ser el más riesgoso reto de su historia. De nuestra historia republicana. ¿Será la hora de aquella frase, trágica sin duda, de Don Mario Briceño Iragorry? :

"¡Vivir libre o vivir muerto! Porque es vida la muerte cuando se la encuentra en el camino del deber, mientras es muerte la vida cuando, para proseguir sobre la faz semi-histórica de los pueblos esclavizados, se ha renunciado al derecho a la integridad personal"[4] .

En todo caso, parece haber llegado la hora cuando una verdadera oposición, patriótica y responsable, se dirija al proponente para:

1º Hacerle saber que sabemos que va a ser derrotado contundentemente.
2º Hacerle saber que sabemos que va a intentar, nuevamente, hacer fraude.
3º Hacerle saber que no debe hacerlo, porque la gran mayoría está dispuesta a tomar las calles del país para imponer la verdad y salvar la dignidad de Venezuela.

Frente a la consigna siniestra, la nuestra debe ser:

¡PATRIA, DEMOCRACIA Y VIDA!